Cuba libre

por Jeudiel Martinez

No es extraño que desde la izquierda digan que los cubanos que protestan están manipulados. La izquierda, sea aquella del primer mundo, sea la inmunda clase media de izquierda latinoamericana, siempre ha creído que conoce países como Cuba y Venezuela mejor de lo que su gente los conoce: entonces, ellos tienen que saber mejor que los cubanos que es lo que les conviene, niños eternos los cubanos son manipulables a diferencia del izquierdista, modelo de la iluminación.

El sobresalto se entiende facil: para esa izquierda (que no es más que una provincia de la clase media universitaria, sus privilegios, sus ventajas y sus prejuicios) la sacudida en Cuba es la de una de sus creencias fundamentales.

El Castrismo fue pionero en diseñar una experiencia turístico-cultural en la cual un extranjero con poco o ningún conocimiento del país –al estilo de Beauvoir y Sartre- podía juzgarse experto en un país que no conoce, en una vida que no vive, de un idioma que no habla: no es cuestión de identidad, sino de experiencia, y el castrismo, como ningún otro régimen, consiguió fundamentar la política desde una experiencia turística y sentimental que apagó la de los que viven, día tras día, en Cuba: que la decadencia, la ruina y el óxido de las ciudades cubanas sea fascinante para la clase media de izquierda muestra toda la diferencia entre quien vive en una casa en ruinas y quien le toma fotos. Desde la ridícula, increíble, infantil, cursilería de la trova cubana a las visitas guiadas y el esnobismo de los intelectuales, la estabilidad de Cuba, en medio del bloqueo, estuvo asociada a la creación de un parque temático en la que el cubano común queda en la misma posición servil que los anfitriones de la serie Westworld: tiene algo de extraño que los snobs de nueva york, Santiago o París crean que alguien ha hackeado sus androides?.

Por tanto, es deber de los cubanos soportar lo que nadie más soportaría: tienen que vivir en ciudades decaídas y oxidadas, manejar carros viejos o colgar de “guaguas” llenas de gente, no pueden criticar al gobierno, no pueden fundar un sindicato, no puede elegir entre dos partidos distintos en una elección, están condenados a ser fieles y obedecer no sólo en beneficio de la nomenklatura que de hecho canceló la revolución para apropiarse del país sino en nombre de la izquierda internacional para la cual la islita valiente, doble de la Utopía de Tomas Moro, es el eje de la existencia.

Intelectualmente la función de Cuba es mantener la fe en una forma de gobierno que ni funciona ni tiene justificación: incluso Vietnam y China, que mantienen el régimen de partido único, se han alejado del estalinismo de viejo estilo que Castro mezcló tan bien con militarismo y caudillismo latinoamericanos, híbrido que ha arrastrado su fracaso por décadas, incapaz, pese a todos los esfuerzos, de emprender las complejas reformas que le habrían hecho falta para modernizarse, fijos en un camino más parecido al de Corea del Norte donde la incapacidad de cambiar y el apego al pasado sirven de orientación y de brújula.

El castrismo precisamente por eso, por neoarcaico, despierta la nostalgia de la izquierda realmente existente y, a la vez, revela su carácter totalitario: finalmente lo que llamamos “izquierda” no es el resultado de las grandes movimientos revolucionarios del siglo pasado sino la herencia de los partidos y los gobiernos que liquidaron esos movimientos y esas luchas: la izquierda no viene de rebeldes y creadores sino de los juicios de Moscú, de las burocracias partidarias, del Gulag, de las sectas fanáticas, los grupusculos universitarios, los intelectuales petulantes, los manuales y los amados líderes: su religión es un gobierno absoluto personificado en un líder incuestionable más allá de la necesidad de demostrar que representa a nadie o que sirve otra cosa que sus propios fines. La simpatía por Putin y la teocracia iraní ya demuestra el carácter de la izquierda pero hay que recordar que, en el “adn” de esa cultura está el castrismo: el marxismo más raro del mundo que no habla de proletariado o clase obrera sino de “pueblo” en los mismos términos que Franco y Mussolini, y contrabandeo las ideas autoritarias más tradicionales bajo el pretexto de ser “anti-imperialistas”: hay militarismo más agresivo, más opresivo y orwelliano que el “comandantismo” cubano que reduce a todos los cubanos a soldados obedientes en una guerra eterna?. El falansterio tropical cubano, con sus fiestas, sus turistas y sus intelectuales aduladores, siempre fue la imagen más seductora del totalitarismo.

Aunque fundamentalmente emotivo, el apego con Cuba se justifica en el bloqueo (que no explica que se hayan usurpado las libertades básicas de los cubanos) en el sistema médico (altamente mitificado y cuyo fracaso frente al Covid parece ser un detonante de las protestas) y esencialmente en la idea de que hay una extraña singularidad que justifica que los cubanos no puedan tener libertades que la izquierda sifrina de Paris, Nueva York o Buenos Aires no aceptaría perder.

Para la izquierda –la mayoritaria, la predominante, la que marca la pauta, no esas astillas de disidencia por las cuales gente ingenua pero bien intencionada quiere creer en la “diversidad”- los cubanos son extras, objetos sexuales, objetos estéticos, empleados, cuya función es llevarles mojitos y decir “patria o muerte, patroncito”, androides de confort condenados a vivir una vida que ellos nunca vivirían. Pero de hecho los cubanos son gente como nosotros: tienen derecho a decidir qué partido los gobierna (porque incluso cuando las opciones son miserables el hecho de elegir afirma que nadie es dueño del estado y que la gente común tiene la última palabra) tienen derecho a crear un sindicato e ir a huelga, a protestar en la calle, a escribir en periódicos, a denunciar al estado en un tribunal, a confrontar a la policía sin ser asesinados a vivir en ciudades limpias con servicios públicos decentes, porque todas esas libertades (que la izquierda llama burguesas pero no aceptaría perder) definen nuestra dignidad y nuestra calidad de vida y sin ellas no es posible pensar en libertades superiores o más profundas: la democracia no se expresa en el asambleismo y la habladera de mierda, que tanto ama la izquierda, y no del todo en el voto, que simplemente limita el poder de los partidos, sino en la capacidad de gobernar a los que nos gobiernan imponiéndoles una dirección y un horizonte.

Y así, los cubanos no están haciendo nada distinto de lo que estaban haciendo los colombianos hace pocos días o los ecuatorianos y chilenos hace algunos meses: si democracia todavía significa algo, es esa capacidad constituyente de sacudir los poderes establecidos, de crear desde el común, un horizonte nuevo para la vida. Olvidemos las ilusiones de que Cuba sea menos capitalista o menos desigual que cualquier otro país del continente: no estaba Fidel tomando ron y pescando marlines con García Márquez -y algún otro jalabola profesional- mientras los cubanos padecían el Periodo Especial?

Dejemos de pensar que la miserable política de los EEUU justifica los Actos de Repudio y los campos de concentración: todos sabemos que un régimen como el que hay en Cuba no se justifica en nada y los cubanos no tienen porque soportarlo: no sabemos que pasara en el futuro, y no hay razones para creer que el castrismo vaya caer de un día para otro, pero lo que ha ocurrido en estos días es irreversible y deberíamos alegrarnos por ello: no hay ninguna libertad que reclamemos para nosotros mismos a la que los cubanos no tengan derecho y no hay justificación alguna para quienes se las han robado.

Once tesis sobre Virus Mundi

«Si se pregunta ingenuamente cómo ha llegado la ciencia a adquirir su configuración actual se obtiene una respuesta distinta. Tal curiosidad es de suyo importante, ya que estamos dominados por la ciencia, y ni siquiera un analfabeto se salva de su influjo, porque también él aprende a convivir con innumerables cosas de ciencia innata. Según una tradición fidedigna, ya en el siglo XVI —una edad de agitadísimo movimiento espiritual— comenzó a disminuir el entusiasmo por la investigación de los etos de la naturaleza, en el cual se había perseverado hasta entonces o largo de dos milenios de especulación religioso-filosófica; los hombres de entonces empezaron a darse por satisfechos con estudiar la superficie sirviéndose de un método al que no se puede dar otro apelativo que el de superficial. El gran Galileo Galilei, por ejemplo, el primer nombre que se cita siempre a este propósito, prescindió de la pregunta de por qué causas intrínsecas tiene que sentir la naturaleza cierta timidez ante espacios vacíos, de modo que obligue a un cuerpo suelto a atravesar, en carrera vertical, espacio tras espacio hasta chocar contra el duro suelo; y se contentó con hacer una comprobación mucho más vulgar: estableció simplemente la velocidad del cuerpo que cae, el recorrido que describe, tiempo que emplea y la aceleración de la caída. La Iglesia católica cometió un grave error al amenazar a tal hombre con la muerte, y al obligarle a retractarse, en vez de liquidarlo sin tanta consideración; porque de su sistema de ver las cosas y del de sus congéneres científicos han surgido—en brevísimo tiempo, si se atiende al ritmo de la historia— las guías ferroviarias, las máquinas, la psicología fisiológica y la corrupción moral de los tiempos actuales, contra la cual la Iglesia no puede ya poner remedio. Probablemente se debió tal error a la excesiva prudencia eclesiástica, pues Galileo no sólo fue el descubridor del movimiento de la Tierra y de la ley de la caída de los cuerpos, sino que fue también un inventor por el que se interesó el gran capital, según se diría en el lenguaje de hoy. No fue él, por lo demás, el único influido por aquel espíritu nuevo; al contrario, los relatos históricos revelan cómo el frío positivismo que le animaba se difundía rápido y brutal como una epidemia; y, por muy mal que suene actualmente llamarle a uno poseso del positivismo, y pensando que ya estamos hartos de él, el despertar de la metafísica de aquel tiempo y su paso a la contemplación severa de las cosas tuvo que haber sido, según toda clase de testimonios, un fuego, una borrachera de positividad.» R. Musil, El hombre sin atributos

0. Nada será como antes. ¿Cuántas veces lo hemos escuchado en repetidas ocasiones en los últimos treinta años? Desde que algunos proclamaran el fin de la historia, ha habido una loca necesidad de apocalipsis. Pero, al fin, de los múltiples puntos de inflexión de una época, ¿cuántos había? Para que se produzca un cambio, primero necesitaríamos una era entera. Pero, por ahora, las noticias triunfan. En resumen, la era no nos la da la historia: debemos conquistarla. Que todo quede como antes, esta sería nuestra verdadera catástrofe.

1. Entre las víctimas que no son de sino con el coronavirus, se reptien muchos de nuestros patrones de lectura, identidad, compulsiones. Después de la izquierda, el llamado “movimiento” murió: no nos importa, porque las patologías anteriores eran incurables y nunca hemos estado a favor de la obstinación terapéutica. Entre otras cosas, nadie se dio cuenta, porque nadie sabía que todavía estaba vivo. Así pues, la rápida elaboración del luto nos da la oportunidad de poner fin a la excusa de la supervivencia y nacer de nuevo. La única vida que vale la pena vivir: la de aquellos que quieren marchar sobre las cabezas de los reyes, con o sin corona.

2. Otras víctimas de coronavirus: Europa y la globalización. Aclarémoslo. Es la ilusoria esperanza de una Europa política la que se ha apoderado de quienes confundieron el internacionalismo proletario con el europeísmo financiero. Un espacio debilitado y más fragmentado surgirá en su interior, por ahora mantenido solamente por la oligarquía financiera y las diferentes comodidades de los Estados. La idea de una irreversibilidad de la globalización, de su destino magnífico y progresivo, ha desaparecido. No volveremos a lo que sabíamos antes, pero no avanzaremos a lo que imaginábamos después.

3. En el ocaso de la modernidad, que podría adquirir características permanentes, los problemas antiguos y contemporáneos parecen repetirse y mezclarse. El aparente regreso a los orígenes, con el surgimiento del Leviatán chino, se mezcla a la perfección con lo que se ha llamado “posmoderno”, simbolizado por el papel que desempeña la industria de la comunicación. A la vez, se plantean nuevas cuestiones: en primer lugar, el intercambio y la relación entre libertad y seguridad. Los que habían profetizado la muerte del estado se equivocaron. El monstruo marino no se extinguirá por sí solo. Y otras hipótesis geopolíticas imaginativas, de imperios y guerra de las galaxias, han pasado de largo sin dejar recuerdos, como una influencia estacional. Del desorden mundial, ¿está surgiendo un siglo asiático? Respondemos como lo hizo Zhou Enlai cuando se le preguntó cuáles eran, en su opinión, los resultados de la revolución francesa: es demasiado pronto para decirlo. Sin embargo, una cosa parece segura: cuando las cosas se ponen difíciles, el longue durée elimina la inmediatez efímera.

4. La industria mediática no inventó la pandemia en absoluto, no bromeemos; sin embargo, la pandemia, al menos en estas formas, no habría existido sin la industria de los medios. El nombre en sí, covid-19, parece haber sido destinado a una serie de televisión. Y mientras el virus mataba en Wuhan, no hay duda de que la guerra viral fue la continuación de la guerra comercial por otros medios. El punto es que el sistema capitalista general, lejos de ser o haber sido siempre un bloque compacto y homogéneo, es la composición dinámica de intereses contrastantes, diferentes articulaciones y subsistemas, cada uno con su propia autonomía relativa mientras está dentro de una sola dirección, la acumulación de dominación y capital. A partir de enero, la industria de los medios dicta la agenda política y pública, seleccionando la información y las interpretaciones a enfatizar, silenciando a los demás. Prescribió los comportamientos y estilos de vida correctos, culpó y ridiculizó a los irresponsables. En pocas palabras, formó subjetividad: el hombre y la mujer del virus. La pregunta es: ¿pueden los subsistemas de partes tomar de manera autónoma direcciones impredecibles, salirse de control y abrir nuevas contradicciones inéditas? Nunca como en este periodo podemos experimentar cómo divergen la información y el conocimiento, hasta el punto de contrastar: cuanto más nos sumergimos en el bombardeo de la infoesfera, menos entendemos lo que sucede.

5. La modernidad capitalista ha elevado en su seno la fe en el progreso y la religión científica. Hoy, de forma intensificada y acelerada en la crisis viral, esta fe y esta religión están sometidas a una tensión contradictoria. Por un lado, el papel político inmediato de la ciencia, de sus instituciones y gerentes, desde la Organización Mundial de la Salud hasta cualquier Burioni (un médico italiano muy presente en los medios y en las redes sociales –N. del T.-); por otro lado, sin embargo, la religión científica ha sido arrestada al menos momentáneamente en su supuesta omnipotencia. Frente al parásito microscópico, la ciencia, de repente, se encuentra impotente. En las últimas semanas, es suficiente echar un vistazo a la gran cantidad de opiniones científicas en periódicos y televisión para darse cuenta de que la distancia social entre noticias falsas y opiniones de expertos tiende a confundirse. Millones de partículas dispersas en el aire que contienen pronósticos, opiniones, probabilidades, consejos, cada uno expresado por la imperiosa cátedra del título, todos unidos por una verdad desconcertante: no sabemos nada. Después de todo, ciertamente no a partir de ahora, registramos una separación histórica entre la realidad del capitalismo y la promesa de progreso. Aquí, potencialmente, se abre un extraordinario campo de conflicto.

6. Confesémonos: simplemente no logramos apasionarnos por el choque existencial entre quienes en esta situación sólo ven a la policía y quienes sólo ven la salud; por el debate académico entre quienes ven un estado de excepción y quienes tienen una excepción apátrida; por la oposición entre los fanáticos del poder-leviatán y los del poder multitudinario. Hay otra cosa en la que debemos pensar, decididamente más importante: el capitalismo no está en cuarentena. Como en cualquier crisis, se produce, al inicio, una fase de confusión, en la que chocan intereses diferentes y competitivos: hay destrucción y hay creación, hay sectores que mueren y otros que huyen. Sería un grave error confundir la confusión con la desestabilización (o, peor que nunca, el colapso espontáneo): el primero se convierte en el segundo sólo si hay fuerzas antagonistas organizadas que actúan en esa dirección. En ausencia de tales fuerzas, la confusión se convierte en innovación. Si queremos ponerlo en el lenguaje sanitario que es más popular hoy en día, el cuerpo del capital tiene una necesidad vital de crisis de enfermedades. Del mismo modo, es bastante grotesco confundir nuestra cuarentena con una alternativa al estilo de vida capitalista, es decir, un refugio del consumo. Significa no entender nada acerca de cómo es la vida bajo el capital y qué es el consumo, ni siquiera de la forma-mercancía. Incluso en los espacios domésticos estrechos, consumimos, y cómo lo hacemos: la mercancía-cuidado, la mercancía-seguridad, la mercancía-información, la mercancía-virtual, la mercancía-entretenimiento…, sin mencionar la mercancía-comida o la mercancía-bienestar. Y, en primer lugar, la mercancía-subjetividad: todos los días nos reproducimos, y reproducimos nuestra capacidad y nuestra fuerza laboral. Cosas a las que, por ahora y por un periodo indefinidamente largo, el capital no puede renunciar en absoluto.

7. La crisis también pone en evidencia la retórica capitalista, que con demasiada frecuencia hemos tomado por absolutamente cierta y ya realizada. Solo hace falta pensar en la avalancha de palabras, conferencias y libros deslumbrados por el capitalismo de las plataformas y el poder del sistema logístico; comparémoslos ahora con algunas observaciones empíricas diarias: el sitio web del INPS (la Seguridad Social italiana –N. del T.-) colapsa miserablemente, la escuela en línea es una farsa tragicómica, las cadenas de distribución se vuelven locas, te obligan a quedarte en casa pero las compras en línea, si todo va bien, te las entregan dos meses más tarde. Y no hay duda de que, a los agujeros y el no funcionamiento de estas semanas, afecta la acción de rechazo y los comportamientos de resistencia expresados ​​por los trabajadores que no quieren cambiar su salud por salarios más o menos miserables. A veces reducimos al enemigo a una simple envoltura parasitaria de la que podemos deshacernos gracias al supuesto poder de la cooperación social; a veces lo pintamos como un Moloch invencible y totalizador, sin desperdicio, contradicciones y posibilidad de escape. Algunos ven la subjetividad sin un sistema, otros un sistema sin subjetividad. En cambio, el capital es una máquina compleja, que se alimenta de crisis y necesidades: es una civilización que se reproduce no solo con coerción, sino sobre todo a través de la realización de los deseos que induce y captura. El capital produce principalmente subjetividad. Por otro lado, esta máquina está lejos de ser perfecta o sin fallos: cuanto más se desarrolla, más muestra sus puntos de fragilidad estructural. Las crisis se multiplican, se vuelven contagiosas, hacen tambalear su salud. Pero sin una fuerza colectiva nos enfermaremos, mientras que el sistema inmunológico de nuestro enemigo se fortalecerá. Entonces, la pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo nos convertimos en un virus letal?

8. La euforia y la depresión, la confianza y el pánico, son los sentimientos que operan en el mercado financiero. Tenemos que alejarnos de eso. En tiempos de crisis, la confianza injustificada en la explosión automática de un ciclo revolucionario se ve compensada por el orden pernicioso del discurso catastrófico. Ya lo hemos visto ampliamente con el ecologismo, como si volvernos profetas de desgracias más o menos cercanas condujera hacia un cambio milagroso en el mundo y sus conciencias. En el altar de un futuro intangible, debemos sacrificar un presente muy material. “Pero antes que nada, ¿quién te dice que la civilización del hombre es importante para nosotros?”, preguntaba uno de nuestros malos maestros. Eso mismo. El orden del discurso catastrófico conduce inevitablemente al interés general: todos estamos en el mismo barco, ellos repiten y nos hacen repetir. Y donde hay interés general, no hay lugar para la parcialidad revolucionaria. Hoy, en el terror del virus invisible, muchos piensan que el deber de los anticapitalistas es soplar el miedo: ¡Todos moriremos! Pero el miedo paraliza, se convierte en pánico: es lo que sentimos frente a algo que no somos capaces de manejar, como una enfermedad para la que no hay cura, o números que escapan a nuestra posibilidad de comprensión y control, abstractos y absolutos, nunca concretos y relativos. Aquellos, de hecho, de los boletines de guerra y los mercados financieros. En resumen, es obvio que luchar contra la negación criminal de Confindustria (la patronal italiana –N. del T.-), Boris Johnson y Bolsonaro, es necesario como el pan en el plazo inmediato para apoyar las huelgas espontáneas de trabajadores que no quieren arriesgar su piel por unos pocos euros. Pero tememos que no sea suficiente tan pronto como saquemos la nariz fuera de nuestra cuarentena: Hobbes explicó de una vez por todas que el miedo arroja a hombres y mujeres a los brazos de la autoridad constituida, sin cuestionarlo. Nunca es el pánico lo que da origen a las luchas, sino la posibilidad concreta de devolver el miedo a nuestro enemigo.

9. Decir que a los amos no les importa nuestra salud es una banalidad que podemos dar por sentado. La pregunta es, sin embargo, que con un proletariado de muertos y enfermos, su sistema maldito no reproduce a nadie. El juego no es entre necropolítica y biopolítica, ni el derbi entre libertad y seguridad. Estos son términos que forman parte de una dialéctica única, la del desarrollo capitalista. O la dialéctica está rota y, por lo tanto, ambos términos lo están a su vez, o seguimos siendo prisioneros de ese campo de desarrollo. Lo que las autoridades médicas y científicas llaman “fase dos”, es la necesidad para los amos de la estrategia de salida: ¿qué capitalismo surgirá de la emergencia? Tome la industria de la salud, por ejemplo. A la izquierda imaginan que los gobiernos finalmente han entendido la importancia de lo público: una vez más, es la izquierda la que no ha entendido nada. Ciertamente habrá inversiones masivas con un papel decisivo del Estado, es fácil suponer que la industria de la salud y el cuidado, como una esfera de la industria de la reproducción macro, se convertirá en un sector central, pero en una forma que tiene muy poco que ver con la dialéctica tradicional entre lo público y lo privado. Es probable que la industria de la salud se convierta cada vez más en una organización integrada de ciencia, tecnociencia, modelos actuariales computacionales, big data y elaboración de perfiles de la población. Lo vimos en el manejo coreano del virus, mientras The Economist habla de coronopticón. El intercambio entre libertad y seguridad, tal vez, se redefinirá en un mecanismo de recompensa y culpa por los estilos de vida y el consumo individuales. La guerra viral puede ser, con las debidas proporciones, uno de los equivalentes de las guerras del siglo XX, una nueva crisis de la forma con la que se alimenta el capital. Lo que ahora vemos de manera confusa, con respuestas diversificadas a nivel geopolítico y con el atraso italiano (al revés de una exit strategy, Conte con el disco roto de “quédate en casa” parece haber salido de un cuento de Manzoni), con toda probabilidad se convertirá en un modelo experimental a medio y largo plazo. Será así, si no podemos responder la pregunta: ¿cómo transformar la guerra viral en una guerra civil revolucionaria?

10. Los lemas no son universales ni atemporales. Se sabe que un día antes es demasiado temprano, un día después es demasiado tarde. Lo que un día puede conducir a la avería de la máquina, otro pone aceite para la compatibilidad de los engranajes. Renta de cuarentena, redistribución de la riqueza, “Quantitative easing for the people“: ¿qué sucede cuando los gobiernos capitalistas proponen de inmediato recetas que han sido patrimonio del pensamiento radical? Por supuesto, hoy es más una retórica que una realidad, responden a emergencias y no a una perspectiva estructural. Y, más allá, debemos actuar sobre la inflación de estas propuestas, tratar de llevarlas al punto de no sostenibilidad para el sistema. Sin embargo, no olvidemos que, después de la Primera Guerra Mundial, el socialismo se convirtió en la balsa salvavidas del capitalismo en crisis. Ahora, en la transición fluida de la crisis de salud a una crisis económica de proporciones aún no descifrables, el número de muertes y lesiones por coronavirus probablemente comenzarán a compararse y redimensionarse con el tiempo con el número de muertes y lesiones por empobrecimiento, desempleo, colapso de los presupuestos familiares. Las luchas contra quienes nos obligaron a no quedarnos en casa para ir a trabajar serán seguidas por las luchas contra quienes nos obligaron a quedarnos en casa para quedarnos sin dinero. Prepararse para este paso, anticiparlo, significa asumir apuestas: temas, lugares, tiempos. Estar preparados, la advertencia de Lenin. Cómo intervenimos en los procesos de desestructuración adicional y rapidísima de la clase media, con los millones de trabajadores precarios que permanecerán en el terreno, con los trabajadores que, al regresar del frente, se limpiarán el culo con los himnos desde los balcones (en el estado español con los aplausos –N. del T.-) y agradecimientos a los mártires; cómo intervenimos dentro del trabajo desde casa, lo cual no es más que una extensión de los lugares y tiempos de explotación: éstas son las preguntas, no para esperar sino para organizar. Moviéndonos en una extrema ambigüedad con un punto de vista extremadamente unilateral. Desde este ángulo, otra cosa debería ser cierta para nosotros: es suicida dar un paso atrás en la defensa de una democracia cada vez más vacilante. Musil escribió: «Democracia significa: “haz lo que pase”». La democracia es la administración sin nomos, todo se calcula pero solo en el orden de la administración. Junto con varias otras cosas, podemos argumentar que en la crisis, la democracia, como técnica de neutralización de conflictos y de despersonalización automatizada, simplemente deja de funcionar. Y de verdad, los discursos sobre el fascismo en las puertas no nos interesaron primero con Salvini y Trump, y mucho menos ahora ​​con Giuseppi y Speranza (respectivamente el apodo del del Presidente del Consejo de Ministros y el Ministro de la Salud italianos –N. del T.-). Antes que nada porque estamos horrorizados por la consecuencia política que muchos históricamente extraen de ella: el frente antifascista. Que es otra forma de decir: todos nos subimos al mismo barco democrático. La crisis de la democracia, por el contrario, es otra posibilidad para nosotros. Una contradicción no por resolver, sino para exasperar.

11. No somos la Cruz Roja o Caritas, no somos misioneros ni boy-scouts. Cuanto más soplan los vientos de la guerra civil, cada vez más camaradas piden asustados refugio en la que fue la sociedad civil. En la crisis, más que nunca, la única posibilidad de resistencia es el ataque. No hay que hacer compras para los proletarios sin ser remunerados, hay que hacer las compras con los proletarios sin pagar. Sin giros de palabras ni gusto por la provocación: el virus hizo lo que deberíamos haber hecho nosotros. Ataca con eficacia mortal donde y cuando no se espera, bloquea el sistema respiratorio, masifica y se multiplica donde es más fuerte y más débil que el cuerpo atacado. Aquí, en el brote del virus mundi, tenemos la oportunidad de reinventarnos, volvernos autónomos. El juego no ha terminado, la historia se reabre continuamente. Todavía es nuestro Musil quien nos guía a través de la misteriosa curva: «La trayectoria de la historia no es la de una bola de billar. Más bien, se parece a la trayectoria de las nubes; sufre la influencia de tantas circunstancias que una nube puede cambiarla en cualquier momento”.

 

 

Fuente: «VIRUS MUNDI». TERCER CAPÍTULO DE LA EDICIÓN ESPECIAL «KRITIK». SUPERVIVENCIA DE ENCUESTA DE CAPITAL

 

El coronavirus como declaración de guerra

por Santiago López Petit

Por la mañana me lavo las manos a conciencia. Así consigo olvidar los ojos arrancados por la policía en Chile, Francia o Irak. Antes de comer, me vuelvo a lavar las manos con un buen desinfectante para olvidar a los migrantes amontonados en Lesbos. Y, por la noche, me lavo nuevamente las manos para olvidar que, en Yemen, cada diez minutos, muere un niño a causa de los bombardeos y del hambre. Así puedo conciliar el sueño. Lo que sucede es que no recuerdo por qué me lavo las manos tan a menudo ni cuando empecé a hacerlo. La radio y la televisión insisten en que se trata de una medida de autoprotección. Protegiéndome a mí mismo, protejo a los demás. Por la ventana entra el silencio de la calle desierta. Todo aquello que parecía imposible e inimaginable sucede en estos momentos. Escuelas cerradas, prohibición de salir de casa sin razón justificada, países enteros aislados. La vida cuotidiana ha volado por los aires y ya sólo queda el tiempo de la espera. Fue bonito oír ayer por la noche los aplausos que la gente dedicaba al personal sanitario desde sus balcones.

Permanecemos encerrados en el interior de una gran ficción con el objetivo de salvarnos la vida. Se llama movilización total y, paradoxalmente, su forma extrema es el confinamiento. “La mayor contribución que podemos hacer es ésta: no se reúnan, no provoquen caos”, afirmaba un importante dirigente del Partido Comunista Chino. Y un mosso que vigilaba ayer Igualada añadía: “Recuerde que, si entra en la ciudad, ya no podrá volver a salir”, mientras le comentaba a un compañero: “el miedo consigue lo que no consigue nadie más”. Pero la gente muere, ¿verdad? Sí, claro. Sucede, sin embargo, que la naturalización actual de la muerte cancela el pensamiento crítico. Algunos ilusos hasta creen en ese nosotros invocado por el mismo poder que declara el estado de alarma: “Este virus lo pararemos juntos”. Pero solamente van a trabajar y se exponen en el metro aquellos que necesitan el dinero imperiosamente.

Cada sociedad tiene sus propias enfermedades, y dichas enfermedades dicen la verdad acerca de esta sociedad. Se conoce demasiado bien la interrelación entre la agroindustria capitalista y la etiología de las epidemias recientes: el capitalismo desbocado produce el virus que él mismo reutiliza más tarde para controlarnos. Los efectos colaterales (despolitización, reestructuraciones, despidos, muertes, etc.) son esenciales para imponer un estado de excepción normalizado. El capitalismo es asesino, y esta afirmación no es consecuencia de ninguna afirmación conspiranoica. Se trata simplemente de su lógica de funcionamiento. Drones y controles policiales en las calles. El lenguaje militarizado recuerda el de los manuales de la contrainsurgencia: “En la guerra moderna, el enemigo es difícil de definir. El límite entre amigos y enemigos se halla en el interior mismo de la nación, en una misma ciudad, y en ocasiones dentro de la misma familia” (Biblioteca del Ejército de Colombia, Bogotá, 1963). Recuerden: la mejor vacuna es uno mismo. Esta coincidencia no es extraña, ya que la movilización total es sobre todo una guerra, y la mejor guerra —porque permanece invisible— es aquella que se libra en nombre de la vida. He aquí el engaño.

Si la movilización se despliega como una guerra contra la población es porque su único objetivo consiste en salvar el algoritmo de la vida, lo cual, por descontado, nada tiene que ver con nuestras vidas personales e irreductibles, que bien poco importan. La “mano invisible” del mercado ponía cada cosa en su sitio: asignaba recursos, determinaba precios y beneficios. Humillaba. Ahora es la Vida, pero la Vida entendida como un algoritmo formado por secuencias ordenadas de pasos lógicos, la que se encarga de organizar la sociedad. Las habilidades necesarias para trabajar, aprender y ser un buen ciudadano se han unificado. Éste es el auténtico confinamiento en que estamos recluidos. Somos terminales del algoritmo de la Vida que organiza el mundo. Este confinamiento hace factible el Gran Confinamiento de las poblaciones que ya tiene lugar en China, Italia, etc. y que, poco a poco, se convertirá en una práctica habitual a causa de una naturaleza incontrolable. El Gobierno se reestataliza y la decisión política regresa a un primer plano. El neoliberalismo se pone descaradamente el vestido del Estado guerra. El capital tiene miedo. La incerteza y la inseguridad impugnan la necesidad del mismo Estado. La vida oscura y paroxística, aquello incalculable en su ambivalencia, escapa al algoritmo.

Fuente: Crític

Crónica de la psicodeflación

por Franco Berardi Bifo

You are the crown of creation
And you’ve got no place to go
[Eres la corona de la creación
y no tenés adónde ir.]
Jefferson Airplane, 1968

«La palabra es un virus. Quizás el virus de la gripe fue una vez una célula sana. Ahora es un organismo parasitario que invade y daña el sistema nervioso central. El hombre moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal. Experimenta diez segundos de silencio interior. Te encontrarás con un organismo resistente te impone hablar. Ese organismo es la palabra.»
William Burroughs, El boleto que explotó

21 de febrero

Al regresar de Lisboa, una escena inesperada en el aeropuerto de Bolonia. En la entrada hay dos humanos completamente cubiertos con un traje blanco, con un casco luminiscente y un aparato extraño en sus manos. El aparato es una pistola termómetro de altísima precisión que emite luces violetas por todas partes.

Se acercan a cada pasajero, lo detienen, apuntan la luz violeta a su frente, controlan la temperatura y luego lo dejan ir.

Un presentimiento: ¿estamos atravesando un nuevo umbral en el proceso de mutación tecnopsicótica?

28 de febrero

Desde que volví de Lisboa, no puedo hacer otra cosa: compré unos veinte lienzos de pequeñas proporciones, y los pinto con pintura de colores, fragmentos fotográficos, lápices, carbonilla. No soy pintor, pero cuando estoy nervioso, cuando siento que está sucediendo algo que pone a mi cuerpo en vibración dolorosa, me pongo a garabatear para relajarme.

La ciudad está silenciosa como si fuera Ferragosto. Las escuelas cerradas, los cines cerrados. No hay estudiantes alrededor, no hay turistas. Las agencias de viajes cancelan regiones enteras del mapa. Las convulsiones recientes del cuerpo planetario quizás estén provocando un colapso que obligue al organismo a detenerse, a ralentizar sus movimientos, a abandonar los lugares abarrotados y las frenéticas negociaciones cotidianas. ¿Y si esta fuera la vía de salida que no conseguíamos encontrar, y que ahora se nos presenta en forma de una epidemia psíquica, de un virus lingüístico generado por un biovirus?

La Tierra ha alcanzado un grado de irritación extremo, y ​​el cuerpo colectivo de la sociedad padece desde hace tiempo un estado de stress intolerable: la enfermedad se manifiesta en este punto, modestamente letal, pero devastadora en el plano social y psíquico, como una reacción de autodefensa de la Tierra y del cuerpo planetario. Para las personas más jóvenes, es solo una gripe fastidiosa.

Lo que provoca pánico es que el virus escapa a nuestro saber: no lo conoce la medicina, no lo conoce el sistema inmunitario. Y lo ignoto de repente detiene la máquina. Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la economía, porque sustrae de ella los cuerpos. ¿Quieren verlo?

2 de marzo

Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la máquina, porque los cuerpos ralentizan sus movimientos, renuncian finalmente a la acción, interrumpen la pretensión de gobierno sobre el mundo y dejan que el tiempo retome su flujo en el que nadamos pasivamente, según la técnica de natación llamada «hacerse el muerto». La nada se traga una cosa tras otra, pero mientras tanto la ansiedad de mantener unido el mundo que mantenía unido al mundo se ha disuelto.

No hay pánico, no hay miedo, sino silencio. Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos.

¿Cuánto está destinado a durar el efecto de esta fijación psicótica que ha tomado el nombre de coronavirus? Dicen que la primavera matará al virus, pero por el contrario podría exaltarlo. No sabemos nada al respecto, ¿cómo podemos saber qué temperatura prefiere? Poco importa cuán letal sea la enfermedad: parece serlo modestamente, y esperamos que se disipe pronto.

Pero el efecto del virus no es tanto el número de personas que debilita o el pequeñísimo número de personas que mata. El efecto del virus radica en la parálisis relacional que propaga. Hace tiempo que la economía mundial ha concluido su parábola expansiva, pero no conseguíamos aceptar la idea del estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo. Ahora el virus semiótico nos está ayudando a la transición hacia la inmovilidad.

¿Quieren verlo?

3 de marzo

¿Cómo reacciona el organismo colectivo, el cuerpo planetario, la mente hiperconectada sometida durante tres décadas a la tensión ininterrumpida de la competencia y de la hiperestimulación nerviosa, a la guerra por la supervivencia, a la soledad metropolitana y a la tristeza, incapaz de liberarse de la resaca que roba la vida y la transforma en estrés permanente, como un drogadicto que nunca consigue alcanzar a la heroína que sin embargo baila ante sus ojos, sometido a la humillación de la desigualdad y de la impotencia?

En la segunda mitad de 2019, el cuerpo planetario entró en convulsión. De Santiago a Barcelona, ​​de París a Hong Kong, de Quito a Beirut, multitudes de muy jóvenes salieron a la calle, por millones, rabiosamente. La revuelta no tenía objetivos específicos, o más bien tenía objetivos contradictorios. El cuerpo planetario estaba preso de espasmos que la mente no sabía guiar. La fiebre creció hasta el final del año Diecinueve.

Entonces Trump asesina a Soleimani, en la celebración de su pueblo. Millones de iraníes desesperados salen a las calles, lloran, prometen una venganza estrepitosa. No pasa nada, bombardean un patio. En medio del pánico, derriban un avión civil. Y entonces Trump gana todo, su popularidad aumenta: los estadounidenses se excitan cuando ven la sangre, los asesinos siempre han sido sus favoritos. Mientras tanto, los demócratas comienzan las elecciones primarias en un estado de división tal que solo un milagro podría conducir a la nominación del buen anciano Sanders, única esperanza de una victoria improbable.

Entonces, nazismo trumpista y miseria para todos y sobreestimulación creciente del sistema nervioso planetario. ¿Es esta la moraleja de la fábula?

Pero he aquí la sorpresa, el giro, lo imprevisto que frustra cualquier discurso sobre lo inevitable. Lo imprevisto que hemos estado esperando: la implosión. El organismo sobreexcitado del género humano, después de décadas de aceleración y de frenesí, después de algunos meses de convulsiones sin perspectivas, encerrado en un túnel lleno de rabia, de gritos y de humo, finalmente se ve afectado por el colapso: se difunde una gerontomaquia que mata principalmente a los octogenarios, pero bloquea, pieza por pieza, la máquina global de la excitación, del frenesí, del crecimiento, de la economía…

El capitalismo es una axiomática, es decir, funciona sobre la base de una premisa no comprobada (la necesidad del crecimiento ilimitado que hace posible la acumulación de capital). Todas las concatenaciones lógicas y económicas son coherentes con ese axioma, y ​​nada puede concebirse o intentarse por fuera de ese axioma. No existe una salida política de la axiomática del Capital, no existe un lenguaje capaz de enunciar el exterior del lenguaje, no hay ninguna posibilidad de destruir el sistema, porque todo proceso lingüístico tiene lugar dentro de esa axiomática que no permite la posibilidad de enunciados eficaces extrasistémicos. La única salida es la muerte, como aprendimos de Baudrillard.

Solo después de la muerte se podrá comenzar a vivir. Después de la muerte del sistema, los organismos extrasistémicos podrán comenzar a vivir. Siempre que sobrevivan, por supuesto, y no hay certeza al respecto.

La recesión económica que se está preparando podrá matarnos, podrá provocar conflictos violentos, podrá desencadenar epidemias de racismo y de guerra. Es bueno saberlo. No estamos preparados culturalmente para pensar el estancamiento como condición de largo plazo, no estamos preparados para pensar la frugalidad, el compartir. No estamos preparados para disociar el placer del consumo.

4 de marzo

¿Esta es la vencida? No sabíamos cómo deshacernos del pulpo, no sabíamos cómo salir del cadáver del Capital; vivir en ese cadáver apestaba la existencia de todos, pero ahora el shock es el preludio de la deflación psíquica definitiva. En el cadáver del Capital estábamos obligados a la sobreestimulación, a la aceleración constante, a la competencia generalizada y a la sobreexplotación con salarios decrecientes. Ahora el virus desinfla la burbuja de la aceleración.

Hace tiempo que el capitalismo se encontraba en un estado de estancamiento irremediable. Pero seguía fustigando a los animales de carga que somos, para obligarnos a seguir corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un espejismo triste e imposible.

La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad está confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro político no tiene ya ningún control sobre la realidad. Y he aquí entonces una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos. De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación inútil que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no lo hagamos.

Es difícil que el organismo colectivo se recupere de este shock psicótico-viral y que la economía capitalista, ahora reducida a un estancamiento irremediable, retome su glorioso camino. Podemos hundirnos en el infierno de una detención tecno-militar de la que solo Amazon y el Pentágono tienen las llaves. O bien podemos olvidarnos de la deuda, el crédito, el dinero y la acumulación.

Lo que no ha podido hacer la voluntad política podría hacerlo la potencia mutágena del virus. Pero esta fuga debe prepararse imaginando lo posible, ahora que lo impredecible ha desgarrado el lienzo de lo inevitable.

5 de marzo

Se manifiestan los primeros signos de hundimiento del sistema bursátil y de la economía, los expertos en temas económicos observan que esta vez, a diferencia de 2008, las intervenciones de los bancos centrales u otros organismos financieros no serán de mucha utilidad.

Por primera vez, la crisis no proviene de factores financieros y ni siquiera de factores estrictamente económicos, del juego de la oferta y la demanda. La crisis proviene del cuerpo.

Es el cuerpo el que ha decidido bajar el ritmo. La desmovilización general del coronavirus es un síntoma del estancamiento, incluso antes de ser una causa del mismo.

Cuando hablo de cuerpo me refiero a la función biológica en su conjunto, me refiero al cuerpo físico que se enferma, aunque de una manera bastante leve –pero también y sobre todo me refiero a la mente, que por razones que no tienen nada que ver con el razonamiento, con la crítica, con la voluntad, con la decisión política, ha entrado en una fase de pasivización profunda.

Cansada de procesar señales demasiado complejas, deprimida después de la excesiva sobreexcitación, humillada por la impotencia de sus decisiones frente a la omnipotencia del autómata tecnofinanciero, la mente ha disminuido la tensión. No es que la mente haya decidido algo: es la caída repentina de la tensión que decide por todos. Psicodeflación.

6 de marzo

Naturalmente, se puede argumentar exactamente lo contrario de lo que dije: el neoliberalismo, en su matrimonio con el etnonacionalismo, debe dar un salto en el proceso de abstracción total de la vida. He aquí, entonces, el virus que obliga a todos a quedarse en casa, pero no bloquea la circulación de las mercancías. Aquí estamos en el umbral de una forma tecnototalitaria en la que los cuerpos serán para siempre repartidos, controlados, mandados a distancia.

En Internazionale se publica un artículo de Srecko Horvat (traducción de New Statesman).

Según Horvat, «el coronavirus no es una amenaza para la economía neoliberal, sino que crea el ambiente perfecto para esa ideología. Pero desde un punto de vista político el virus es un peligro, porque una crisis sanitaria podría favorecer el objetivo etnonacionalista de reforzar las fornteras y esgrimir la exclusividad racial, de interrumpir la libre circulación de personas (especialmente si provienen de países en vías de desarrollo) pero asegurando una circulación incontrolada de bienes y capitales.

«El miedo a una pandemia es más peligroso que el propio virus. Las imágenes apocalípticas de los medios de comunicación ocultan un vínculo profundo entre la extrema derecha y la economía capitalista. Como un virus que necesita una célula viva para reproducirse, el capitalismo también se adaptará a la nueva biopolítica del siglo XXI.

«El nuevo coronavirus ya ha afectado a la economía global, pero no detendrá la circulación y la acumulación de capital. En todo caso, pronto nacerá una forma más peligrosa de capitalismo, que contará con un mayor control y una mayor purificación de las poblaciones».

Naturalmente, la hipótesis formulada por Horvat es realista.

Pero creo que esta hipótesis más realista no sería realista, porque subestima la dimensión subjetiva del colapso y los efectos a largo plazo de la deflación psíquica sobre el estancamiento económico.

El capitalismo pudo sobrevivir al colapso financiero de 2008 porque las condiciones del colapso eran todas internas a la dimensión abstracta de la relación entre lenguaje, finanzas y economía. No podrá sobrevivir al colapso de la epidemia porque aquí entra en juego un factor extrasistémico.

7 de marzo

Me escribe Alex, mi amigo matemático: «Todos los recursos superinformáticos están comprometidos para encontrar el antídoto al corona. Esta noche soñé con la batalla final entre el biovirus y los virus simulados. En cualquier caso, el humano ya está fuera, me parece».

La red informática mundial está dando caza a la fórmula capaz de enfrentar el infovirus contra el biovirus. Es necesario decodificar, simular matemáticamente, construir técnicamente el corona-killer, para luego difundirlo.

Mientras tanto, la energía se retira del cuerpo social, y la política muestra su impotencia constitutiva. La política es cada vez más el lugar del no poder, porque la voluntad no tiene control sobre el infovirus.

El biovirus prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global.

Los pulmones son el punto más débil, al parecer. Las enfermedades respiratorias se han propagado durante años en proporción a la propagación en la atmósfera de sustancias irrespirables. Pero el colapso ocurre cuando, al encontrarse con el sistema mediático, entrelazándose con la red semiótica, el biovirus ha transferido su potencia debilitante al sistema nervioso, al cerebro colectivo, obligado a ralentizar sus ritmos.

8 de marzo

Durante la noche, el Primer Ministro Conte ha comunicado la decisión de poner en cuarentena a una cuarta parte de la población italiana. Piacenza, Parma, Reggio y Modena están en cuarentena. Bolonia no. Por el momento.

En los últimos días hablé con Fabio, hablé con Lucia, y habíamos decidido reunirnos esta noche para cenar. Lo hacemos de vez en cuando, nos vemos en algún restaurante o en casa de Fabio. Son cenas un poco tristes incluso si no nos lo decimos, porque los tres sabemos que se trata del residuo artificial de lo que antes sucedía de manera completamente natural varias veces a la semana, cuando nos reuníamos con mamá.

Ese hábito de encontrarnos a almorzar (o, más raramente, a cenar) de mamá había permanecido, a pesar de todos los eventos, los movimientos, los cambios, después de la muerte de papá: nos encontrábamos a almorzar con mamá cada vez que era posible.

Cuando mi madre se encontró incapaz de preparar el almuerzo, ese hábito terminó. Y poco a poco, la relación entre nosotros tres ha cambiado. Hasta entonces, a pesar de que teníamos sesenta años, habíamos seguido viéndonos casi todos los días de una manera natural, habíamos seguido ocupando el mismo lugar en la mesa que ocupábamos cuando teníamos diez años. Alrededor de la mesa se daban los mismos rituales. Mamá estaba sentada junto a la estufa porque esto le permitía seguir ocupándose de la cocina mientras comía. Lucía y yo hablábamos de política, más o menos como hace cincuenta años, cuando ella era maoísta y yo era obrerista.

Este hábito terminó cuando mi madre entró en su larga agonía.

Desde entonces tenemos que organizarnos para cenar. A veces vamos a un restaurante asiático ubicado colinas abajo, cerca del teleférico en el camino que lleva a Casalecchio, a veces vamos al departamento de Fabio, en el séptimo piso de un edificio popular pasando el puente largo, entre Casteldebole y Borgo Panigale. Desde la ventana se pueden ver los prados que bordean el río, y a lo lejos se ve el cerro de San Luca y a la izquierda se ve la ciudad.

Entonces, en los últimos días habíamos decidido vernos esta noche para cenar. Yo tenía que llevar el queso y el helado, Cristina, la esposa de Fabio, había preparado la lasaña.

Todo cambió esta mañana, y por primera vez –ahora me doy cuenta– el coronavirus entró en nuestra vida, ya no como un objeto de reflexión filosófica, política, médica o psicoanalítica, sino como un peligro personal.

Primero fue una llamada de Tania, la hija de Lucía que desde hace un tiempo vive en Sasso Marconi con Rita.

Tania me telefoneó para decirme: escuché que vos, mamá y Fabio quieren cenar juntos, no lo hagas. Estoy en cuarentena porque una de mis alumnas (Tania enseña yoga) es doctora en Sant’Orsola y hace unos días el hisopado le dio positivo. Tengo un poco de bronquitis, por lo que decidieron hacerme el análisis también, a la espera del informe no puedo moverme de casa. Yo le respondí haciéndome el escéptico, pero ella fue implacable y me dijo algo bastante impresionante, que todavía no había pensado.

Me dijo que la tasa de transmisibilidad de una gripe común es de cero punto veintiuno, mientras que la tasa de transmisibilidad del coronavirus es de cero punto ochenta. Para ser claros: en el caso de una gripe normal, hay que encontrarse con quinientas personas para contraer el virus, en el caso del corona basta con encontrarse con ciento veinte. Interesante.

Luego, ella, que parece estar informadísima porque fue a hacerse el hisopado y por lo tanto habló con los que están en la primera línea del frente de contagio, me dice que la edad promedio de los muertos es de ochenta y un años.

Bueno, ya lo sospechaba, pero ahora lo sé. El coronavirus mata a los viejos, y en particular mata a los viejos asmáticos (como yo).

En su última comunicación, Giuseppe Conte, quien me parece una buena persona, un presidente un poco por casualidad que nunca ha dejado de tener el aire de alguien que tiene poco que ver con la política, dijo: «pensemos en salud de nuestros abuelos». Conmovedor, dado que me encuentro en el papel incómodo del abuelo a proteger.

Habiendo abandonado el traje del escéptico, le dije a Tania que le agradecía y que seguiría sus recomendaciones. Llamé a Lucia, hablamos un poco y decidimos posponer la cena.

Me doy cuenta de que me metí en un clásico doble vínculo batesoniano. Si no llamo por teléfono para cancelar la cena, me pongo en posición de ser un huésped físico, de poder ser portador de un virus que podría matar a mi hermano. Si, por otro lado, llamo, como estoy haciendo, para cancelar la cena, me pongo en la posición de ser un huésped psíquico, es decir, de propagar el virus del miedo, el virus del aislamiento.

¿Y si esta historia dura mucho tiempo?

9 de marzo

El problema más grave es el de la sobrecarga a la que está sometido el sistema de salud: las unidades de terapia intensiva están al borde del colapso. Existe el peligro de no poder curar a todos los que necesitan una intervención urgente, se habla de la posibilidad de elegir entre pacientes que pueden ser curados y pacientes que no pueden ser curados.

En los últimos diez años, se recortaron 37 mil millones del sistema de salud pública, redujeron las unidades de cuidados intensivos y el número de médicos generales disminuyó drásticamente.

Según el sitio quotidianosanità.it, «en 2007 el Servicio Sanitario Nacional público podía contar con 334 Departamentos de emergencia-urgencia (Dea) y 530 de primeros auxilios. Pues bien, diez años después la dieta ha sido drástica: 49 Dea fueron cerrados (-14%) y 116 primeros auxilios ya no existen (-22%). Pero el recorte más evidente está en las ambulancias, tanto las del Tipo A (emergencia) como las del Tipo B (transporte sanitario). En 2017 tenemos que las Tipo A fueron reducidas un 4% en comparación con diez años antes, mientras que las de Tipo B fueron reducidas a la mitad (-52%). También es para tener en cuenta cómo han disminuido drásticamente las ambulancias con médico a bordo: en 2007, el médico estaba presente en el 22% de los vehículos, mientras que en 2017 solo en el 14,7%. Las unidades móviles de reanimación también se redujeron en un 37% (eran 329 en 2007, son 205 en 2017). El ajuste también ha afectado a los hogares de ancianos privados que, en cualquier caso, tienen muchas menos estructuras y ambulancias que los hospitales públicos.

«A partir de los datos se puede ver cómo ha habido una contracción progresiva de las camas a escala nacional, mucho más evidente y relevante en el número de camas públicas en comparación con la proporción de camas administradas de forma privada: el recorte de 32.717 camas totales en siete años remite principalmente al servicio público, con 28.832 camas menos que en 2010 (-16,2%), en comparación con 4.335 camas menos que el servicio privado (-6,3%)».

10 de marzo

«Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín».

Esto está escrito en las docenas de cajas que contienen barbijos que llegan de China. Estos mismos barbijos que Europa nos ha rechazado.

11 de marzo

No fui a via Mascarella, como generalmente hago el 11 de marzo de cada año. Nos reencontramos frente a la lápida que conmemora la muerte de Francesco Lorusso, alguien pronuncia un breve discurso, se deposita una corona de flores o bien una bandera de Lotta Continua que alguien ha guardado en el sótano, y nos abrazamos, nos besamos abrazándonos fuerte.

Esta vez no tenía ganas de ir, porque no me gustaría decirle a ninguno de mis viejos compañeros que no podemos abrazarnos.

Llegan de Wuhan fotos de personas celebrando, todas rigurosamente con el barbijo verde. El último paciente con coronavirus fue dado de alta de los hospitales construidos rápidamente para contener la afluencia.

En el hospital de Huoshenshan, la primera parada de su visita, Xi elogió a médicos y enfermeras llamándolos «los ángeles más bellos» y «los mensajeros de la luz y la esperanza». Los trabajadores de salud de primera línea han asumido las misiones más arduas, dijo Xi, llamándolos «las personas más admirables de la nueva era, que merecen los mayores elogios».

Hemos entrado oficialmente en la era biopolítica, en la que los presidentes no pueden hacer nada, y solo los médicos pueden hacer algo, aunque no todo.

12 de marzo

Italia. Todo el país entra en cuarentena. El virus corre más rápido que las medidas de contención.

Billi y yo nos ponemos el barbijo, tomamos la bicicleta y vamos de compras. Solo las farmacias y los mercados de alimentos pueden permanecer abiertos. Y también los quioscos, compramos los diarios. Y las tabaquerías. Compro papel de seda, pero el hachís escasea en su caja de madera. Pronto estaré sin droga, y en Piazza Verdi ya no está ninguno de los muchachos africanos que venden a los estudiantes.

Trump usó la expresión «foreign virus» [virus extrajero].

All viruses are foreign by definition, but the President has not read William Burroughs [Todos los virus son extranjeros por definición, pero el presidente no ha leído a William Burroughs].

13 de marzo

En Facebook hay un tipo ingenioso que posteó en mi perfil la frase: «hola Bifo, abolieron el trabajo».

En realidad, el trabajo es abolido solo para unos pocos. Los obreros de las industrias están en pie de guerra porque tienen que ir a la fábrica como siempre, sin máscaras u otras protecciones, a medio metro de distancia uno del otro.

El colapso, luego las largas vacaciones. Nadie puede decir cómo saldremos de esta.

Podríamos salir, como alguno predice, bajo las condiciones de un estado tecno-totalitario perfecto. En el libro Black Earth, Timothy Snyder explica que no hay mejor condición para la formación de regímenes totalitarios que las situaciones de emergencia extrema, donde la supervivencia de todos está en juego.

El SIDA creó la condición para un adelgazamiento del contacto físico y para el lanzamiento de plataformas de comunicación sin contacto: Internet fue preparada por la mutación psíquica denominada SIDA.

Ahora podríamos muy bien pasar a una condición de aislamiento permanente de los individuos, y la nueva generación podría internalizar el terror del cuerpo de los otros.

¿Pero qué es el terror?

El terror es una condición en la cual lo imaginario domina completamente la imaginación. Lo imaginario es la energía fósil de la mente colectiva, las imágenes que en ella la experiencia ha depositado, la limitación de lo imaginable. La imaginación es la energía renovable y desprejuiciada. No utopía, sino recombinación de los posibles.

Existe una divergencia en el tiempo que viene: podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud.

No podemos saber cómo saldremos de la pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la hiperexplotación nerviosa. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos.

Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad.

El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá.

 

Original en: Not
Traducción: Emilio Sadier

Fuente: SANGRRE

Democracia Biopolítica

por Bruno Cava Rodriguez

Cualquiera que haya seguido los últimos textos de Giorgio Agamben debe haber notado cómo inscribe las respuestas de los gobiernos a la pandemia como una intensificación del paradigma biopolítico totalitario. Siguiendo la línea de su investigación desde la trilogía «Homo sacer», el filósofo italiano diagnostica un avance del estado de excepción, es decir, un cambio en las formas de gobernar: lo que antes se entendía como una excepción se convierte en la nueva normalidad. El control sobre los cuerpos individuales y colectivos se generaliza y comienza a abarcar a toda la población dentro de una red de conocimiento médico, psicológico, policial criminal y laboral. De ahí sus últimos artículos que, frente a una epidemia «inventada», indican un conjunto de acciones «irracionales» y «desmotivadas» para reforzar la inversión del soberano en el poder de vida y muerte de la población.

De mis estudios en filosofía del derecho, noto cómo el trabajo agambeniano se presta a una verdadera cuarentena mental en manos de epígonos e intérpretes autorizados. Digo esto después de haber escrito un libro con Alexandre Mendes, en 2008, en el que incurrí en este tono catastrofista. Esto se debe principalmente a los artículos periodísticos de Agamben. Por ejemplo, introdujo el concepto schmittiano de «estado de excepción», con gran éxito público y crítico, para explicar la redirección estratégica de la geopolícia después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, en la llamada «Guerra contra el Terror». Posteriormente, se habría producido un giro biopolítico en el que la excepción del superterrorismo fue capturada (forcluida, ex-capere) por el terrorismo de estado, que ahora se ha convertido en la norma.

El concepto de biopolítica, sin embargo, fue creado por Michel Foucault para describir una cartografía dinámica de estrategias y contraestrategias, conductas y contraconductas, en las que más que el avance del poder soberano totalitario, hay una mutación en la forma en que el poder se ejerce, circula y promueve nuevas relaciones. En el análisis del biopoder de Foucault, en la gran transformación de las sociedades de soberanía en sociedades biopolíticas, no hay una disminución en la libertad o el alcance para la acción, ni un aumento. De hecho, el problema de la libertad en su conjunto cambia sus coordenadas y su régimen operativo: lo que antes se presentaba como una relación externa entre soberanía y no soberanía, entre adentro y afuera, ahora vuelve a una relación interna, en la que las tecnologías de poder se involucran en la constitución de los sujetos. En lugar de prácticas de liberación en relación con un poder represivo, para Foucault, ahora tenemos prácticas de libertad que, en el campo estratégico de los umbrales, envían la libertad *al interior* del paradigma biopolítico.

Esta ambivalencia constitutiva del concepto de biopolítica se materializa cuando la excepción/captura del exterior (forclusión, ex-capere) se entiende agambenianamente como un nuevo totalitarismo, de hecho, una categoría que es muy poco utilizada por Foucault. Estrictamente hablando, el movimiento del concepto sufre un estancamiento y se pierde, dando lugar a una categoría escatológica que simplemente comienza a indicar signos del avance inexorable de una totalidad. Y como categoría, se prestará a detectar un lado bueno de un mal, con el aspecto agravante del lado malvado de vencer al bien, capturarlo, neutralizarlo. Así entendido, el estado de excepción no es más que metafísica dogmática, en el sentido negativo que Kant le da. Es por eso que el catastrofismo del estado de excepción tiende a encajar tan bien con las lecturas en que el neoliberalismo es un juego del gato y el ratón, en el que los mercados capitalistas siempre están capturando y totalizando una libertad preexistente mistificada, antes de la llegada del biopoder.

Digo esto porque, en medio de la pandemia, una serie de estrategias y multivalencias emergen del paradigma biopolítico que reelabora la vida en medio del miedo, las privaciones y el sufrimiento. Hay varias acciones vinculadas a la difusión de información, articulaciones de prevención locales y globales, y una difícil reorganización de la vida cotidiana metropolitana y laboral, con la cual las poblaciones, estratégicamente, se combinan con las tecnologías gubernamentales existentes. Es dentro de estos umbrales y áreas grises donde se juega el juego de la libertad: lo que mañana se considerará aceptable o no, vivible o no, los términos de lo que será normal.

Vale la pena señalar cómo dos medidas recientes también se incluyen en el panel de estas estrategias. Me refiero, en primer lugar, a la anticipación inmediata de los salarios de los pensionistas y, en segundo lugar, al reajuste del valor de los beneficios sociales para el próximo año. Dichas medidas, que podrían incluir anticipar el retiro del fondo de garantía y otros avances, no tienen precedentes y tienden a acompañar las calamidades, dirigidas a los grupos más afectados. En la pandemia actual, el grupo de mayor riesgo incluye ancianos, enfermos y personas con vulnerabilidad crónica. Pero podríamos agregar: personas más pobres, que tienden a habitar territorios más vulnerables al contagio, con menos condiciones para obtener activos biopolíticos (medicamentos, información, asistencia, etc.). Estas medidas de compensación salarial también son biopolíticas, ya que permiten el acoplamiento de contraconductas y estrategias para vivir mejor en la pandemia o sus consecuencias.

A lo largo del siglo XIX, los economistas hicieron un esfuerzo por eliminar el dinero como una variable real en las ecuaciones económicas. El dinero no sería más que una variable nominal, desconectada de los fundamentos sustantivos de la economía de facto, como la producción, el empleo y el consumo. La moneda neutral no sería más que aceite lubricante para intercambios, permaneciendo en el vestíbulo de lo que realmente generaría riqueza: el sector productivo. Esta tendencia clásica en el pensamiento monetario se vino abajo en la primera mitad del siglo XX, cuando las dos escuelas principales, la keynesiana y la monetarista, reinsertaron la moneda como un elemento esencial de la vida económica.

En el keynesianismo, por ejemplo, las variaciones monetarias absorben presiones sociales de diversos tipos: conflictos distributivos, relaciones de clase, dinámicas políticas y eventos extraordinarios, como guerras, revoluciones y catástrofes. El salario, en particular, se convierte en una variable rígida, es decir, directamente dependiente de situaciones extraeconómicas. Sin embargo, hay más que eso en el giro keynesiano. No es que estas presiones desequilibren una dinámica de mercado naturalmente equilibrada, perturbando las leyes económicas que determinan la formación de precios. En realidad, en el siglo XX, el desequilibrio es constitutivo, la formación de precios es irreductible para el modelo racional-mecanicista tributario de la Ilustración, y es esencial que el economista internalice en el «cálculo» una miríada de preguntas de los más diversos campos, comenzando por la historia.

En el siglo XX, la moneda ya no es una mediación de lo que serían los factores reales o productivos de la economía (o de la guerra), convirtiéndose en sí misma en el principal motivo de conductas y contraconductas. Existe toda una literatura supercrítica sobre las finanzas, como avance del totalitarismo neoliberal y, en particular, cómo se desarrolla el estado de excepción dentro de la financiarización de la vida. En el libro que Giuseppe Cocco y yo escribimos, aún en prensa, y continuando nuestro «Enigma do disforme» (2018), exponemos cómo estas teorías catastrófistas realmente nos ponen, epígonos e intérpretes, en cuarentena mental. Después de Foucault, tomamos la biopolítica en su polivalencia estratégica, para mostrar cómo la moneda también se convierte en el terreno de las prácticas de libertad y la reinvención de formas de gobierno. No se trata de dinero en la economía: el dinero es el problema económico por excelencia en el paradigma biopolítico. Es por eso que, en este libro, hablamos de la moneda en vivo, las biomonedas, que ya están entre nosotros, injertadas en el «cálculo».

En este sentido, las biomonedas acompañan las transformaciones de las tecnologías gubernamentales, especialmente en la gubernamentalidad neoliberal. Si los teóricos de la inspiración agambeniana no se cansaron de señalar en las políticas de expansión salarial de 1990-2000 (subsidio familiar, salario mínimo, BPC, crédito, etc.) un avance del estado de excepción, es decir, una intensificación del totalitarismo biopolítico, de ahí en adelante socializado a través de la inclusión, notamos cómo estas políticas salariales proporcionaron acoplamientos inmediatos para las prácticas de libertad, un nuevo paradigma de libertad que acompaña a las biomonedas. Vemos, por lo tanto, que la estabilización de la inflación, la transferencia de ingresos o, más tácticamente, las anticipaciones gubernamentales de ingresos son ajustes biopolíticos que son inmediatamente parte de la lucha por la democracia.

La propagación del coronavirus nos pandemiza a todos, exponiendo los supuestos que definen nuestra vida cotidiana. Nos obliga a pensar, fuera de las cuarentenas mentales y el aislamiento que causa el pánico. Si podemos ver claramente cómo dependemos de las condiciones biopolíticas para ser libres y vivir bien, quién sabe, podemos imaginar la reapropiación de estas condiciones para una democracia renovada.

 

Fuente: Uninomadasur

Final de partida

por Santiago López Petit

El Estado español nunca concederá la independencia en Cataluña. Y si no hay negociación, si no se produce una separación negociada, la historia nos enseña que la única opción posible es la guerra. Por razones económicas evidentes, pero sobre todo porque supondría su propio suicidio político, el Estado español nunca podrá acordar un auténtico referéndum de independencia. A la idea de España, y a su materialización en el Estado español, corresponde un concepto de unidad que subsume completamente las diferencias. Todas. Las que habitan a la periferia, tanto como las que habitan en el centro. Durante el franquismo, en la escuela nos explicaban que España era “una unidad de destino en lo universal”.

Final de partida, pues? La guerra como hora de la verdad. La determinación del enemigo nos determina a nosotros mismos en el que somos y podemos llegar a ser. Nos devuelve, sin ningún engaño, a aquello que realmente nos constituye. Por esta razón, la guerra es un combate a vida o muerte. Uno de los políticos exiliados en Bélgica, en un arranque de sinceridad y posiblemente a causa de su situación personal, habló en plata: “Si consideramos que la república catalana es la condición de una ciudadanía llena, que no eres libre si no eres plenamente ciudadano, la pregunta —injusta y desagradable, pero inevitable— es qué precio estamos dispuestos a pagar por nuestra libertad. No habrá independencia sin sacrificios”. Su declaración cayó como una bomba y la reacción unánime fue de absoluto rechazo. Una consejera respondió enseguida: “Perjudicar la economía española nos perjudica a nosotros también. Estamos en un mundo global”. Artur Mas, el mesías resucitado, declaraba que la respuesta a la sentencia del “proceso” no tenía que alterar el orden público: “Una cosa es defender la resistencia pacífica y otra defender una alteración del orden público que llevaría a consecuencias que no serían buenas para todos”. Una pregunta me rodea la cabeza: si no estamos dispuestos a hacer daño y a hacernos daño: entonces a qué estamos jugando? Quizás todo no ha estado más que un cuento que ha acabado mal. Muy mal. Con detenidos, exiliados y heridos. Los políticos independentistas: fueron unos ineptos o bien fueron unos ingenuos? Creo que estos adjetivos ya no son suficientes para calificarlos. El Presidente de la Generalitat, impertérrito, anima a seguir adelante y, a la vez, manda que su lugarteniente reprima. Sin duda, cumplen con diligencia. Lejos se sienten los gritos de: “La policía española y la policía catalana unidas jamás serán vencidas”. Pelotas de goma y pelotas de foam juntas siempre lo aciertan!

Solo es un cubo de basura

Beckett en estado puro. El Estado español vive protegido en el interior de un cubo de basura. No tiene piernas y saca la mano para cazar todo aquel que se le acerca. Yo añadiría que tampoco tiene cerebro. El movimiento independentista, de su banda, esperando Godot, y mientras tanto para entretenernos, organiza coreografías, algunas de las cuales son brutalmente atacadas. Eso sí, la violencia no nos representa. Somos gente de paz. Los políticos independentistas afirman que, si perseveramos como la gota de agua que cae ahincadamente, algún día venceremos. El cambio climático seguro que cooperará en esta ímproba tarea. “Lo volveremos a hacer”. Más allá de la admirable dignidad personal de quién pronunció esta frase, se trata de una frase infantil dirigida al Padre que está enfadado. Y si mataremos el Padre? Tranquilos, no os preocupéis. Construiremos un Estado-Nación nuevo, mucho más amplio y soleado. Tranquilos, seremos capaces de pasar de “la Ley a la Ley”. Incluso ya tenemos estructuras de Estado. Además toda Europa nos apoyará. El mundo nos mira que bonitos somos. Todo mentira. En la prisión se pudren los presos políticos. Libertad ya para ellos y ellas. Pero cuando vuelvan a casa, por favor, qué lean Marx. También C. Schmitt. Era un nazi empedernido, pero inteligente. Estudiar un poco la historia de España no iría tampoco mal. Por cierto, se agradece la dedicación de estos juristas que, si bien nunca han defendido ningún movimiento social, participan en tertulias por desvelarnos los secretos de la sentencia. Basta de marear la perdiz. Precisamente este alemán reaccionario ya lo dejó muy claro: “No se necesita derecho para hacer el derecho”.

El cubo de basura en que reside el Estado español tiene una grieta por la cual vigila una calle cada vez más exaltada. Parece que una piedra ha abollado su orgullo. El nacionalismo catalán, de su banda, empieza a temer un cierto descontrol social. En realidad no sabemos cual de los dos gobiernos —el que se escribe con “b” o el que se escribe con “v”— teme más aquello que pasa. Son personas de orden. El diputado con nombre de ladrón, y que une ignorancia y cinismo como nadie nunca antes ha estado capaz, fue expulsado de la manifestación convocada el día de la huelga general.

La vida da muchas vueltas

Cuando la policía golpea y vacía ojos, muchos sabemos inmediatamente junto al lado de quién hay que posicionarse. No lo dudamos ni por un instante. Del mismo modo que el 1 de octubre, el día que tuvo lugar el referéndum, acudimos a votar cuando no vamos nunca a votar. En aquella ocasión, pero, había que ir aunque fuera sencillamente para introducir en la urna un papel donde estaba escrito “No le deseo un Estado a nadie”. Porque ciertamente son dos nacionalismos enfrentados —el independentismo es una forma más de nacionalismo, puesto que no hay una diferencia pura y libre—, pero no son iguales. Creer que son intercambiables es demasiado fácil y cómodo. Lo cual, por supuesto, no quiere decir engañarse. Mediante el Estado, el nacionalismo español aplica un único programa: “transformar la fuerza en derecho y la obediencia en deber”. Es su manera concreta de defender el capitalismo. No hay más. De hecho esta deriva fascista del capitalismo siempre le ha estado inherente, la novedad son las diferentes formas que adopta en la actualidad. En nuestro caso, esta involución que pasa a nivel mundial, no se plasma como populismo sino como política democrática. En este sentido hay que interpretar la sentencia contra los políticos independentistas. Evidentemente, se trata de una venganza del Estado español, pero la represión apunta a todo tipo de disidencia. A partir de ahora, cualquier alteración del orden público, cualquier protesta o crítica puede ser juzgada como sedición y castigada con muchos años de prisión. También una pelea de bar con las personas equivocadas en un lugar en el cual son poco estimadas.

El nacionalismo catalán, aunque a pequeña escala, participa también de esta política democrática que ha permitido la aplicación de las conocidas mesuras neoliberales: recortes, privatizaciones, políticas de concertación público-privadas en los servicios, etc. Business friendly, le decían. Es más, su fuga adelante subiendo al carro del independentismo le ha servido maravillosamente para ocultar la corrupción y arrinconar la expresión política del malestar social. La Generalitat llevó a juicio veinte manifestantes del 15-M por haber rodeado Parlamento y la condena de ocho de ellos a tres años de prisión satisfizo especialmente uno de los abogados defensores de los presos políticos. Este abogado y político aseguró que “la sentencia concuerda muy bien con el sentimiento mayoritario del pueblo de Cataluña”. El futuro y anhelado Estado catalán ya se entrenaba también en la venganza aunque fuera hipócritamente diferida a la Audiencia Nacional.

La inmanencia desmonta la ficción

Las razones de la eclosión del independentismo son muchas e indudablemente van más allá del que hemos dicho. El Estado español es un Estado-guerra. El sistema de partidos catalán, de su banda, es un escarabajo pelotero incapaz de autocrítica. La pelota que con sus patas delanteras empuja es una gran mentira hecha de múltiples pequeñas mentiras. La gran mentira que, paradójicamente, supone el punto débil del independentismo, consiste a pretender construir el pueblo catalán como una unidad política. La ficción de un pueblo homogéneo, es decir, de una demasiada moldeable mediante ritos y referencias a montañas sagradas constituye el cimiento sobre el cual se sustenta la legitimidad del futuro Estado. Hay que reconocer que el Gobierno ha sido un maestro en el manejo de la trascendencia. Nosotros, vuestros representantes. Arriba. Vosotros, nuestro pueblo. Abajo. Ahora cantamos juntos. Por eso es fundamental analizar cómo en cada ocasión en que este pueblo —en el fondo despreciado por las élites del poder— quería tomar la palabra, era acallado. Acallar significa una cosa muy concreta: la desactivación de cualquier acto o manifestación que se escape del redil y pueda desbordar la negociación que nunca llega. Empezando por el 1 de octubre, a punto de ser anulado ya de buena mañana, pasando por la manifestación histórica del 3 de octubre, desconvocada porque se acercaban unos temibles grupos fascistas (o esto decían). Para no hablar del simulacro de Declaración Unilateral de Independencia. O de la participación entusiasta en las elecciones convocadas por el mismo Estado español que acababa de reprimir la gente. Al instante. Cuando el pueblo agrieta el corsé impuesto de la unidad política, cuando se transforma en un cuerpo opaco en que se recoge tanto el catalanismo histórico insobornable como el malestar de los que no tienen futuro, entonces la ficción maleable desaparece y la inmanencia da miedo. Ahora toca limpiar el pueblo de violentos infiltrados.

Se afirma que el independentismo catalán está dividido entre los pragmáticos y los que siguen defendiendo la unilateralidad. A estas alturas —solo hay que ver la desafección política y el enojo de la gente— ya nadie se cree que esta división sea realmente una cuestión importante. Se trata de una simple pugna para ver quién acapara más escaños en las próximas elecciones. En el fondo, el que se plantea realmente es la famosa pregunta nietzscheana: cuánta verdad es capaz de soportar el movimiento independentista? O aquel que es lo mismo traducido en términos monetarios: quién gestionará la decepción? Es decir, quién pagará el precio por haber empujado la bola de mierda hacia ninguna parte?

Se acaba la función

Final de partida. Después de la huelga general del día 18 de octubre, la situación ha cambiado mucho. La función teatral continúa en marcha, pero el cubo de basura donde el Estado español se esconde ha estado fuertemente sacudido. Algunos de sus ministros han tenido que salir a dar la cara. Hay separación de poderes y os aseguramos que el cubo de basura está limpia. España es una democracia consolidada. El escarabajo pelotero corre por el escenario sin saber mucho qué hacer. Está perdido. El sistema de partidos catalán no tiene hoja de ruta. Hay gente muy enfurecida que quiere aplastarlo. Creen que les han tomado el pelo. Otros, hartos, simplemente han decidido bajar del mundo de la representación. Ya no esperan ni el inesperado. Ahora la fuerza de la gente se ha transformado en fuerza de dolor. “Padre y madre: nos habéis vuelto a decepcionar”. Y algún hijo o hija con algo más de mala leche añadirá seguramente: “Ya solo os falta posar en el cordón de seguridad entre la policía y nosotros cantando La Estaca”. Los nacionalismos o se abrazan o se matan entre ellos. Creer que el nacionalismo y el anticapitalismo pueden conjugarse es una quimera. Solo hay que ver la desorientación de la izquierda independentista y sentir su retórica vacía. Despreciados en los momentos clave, utilizados cuando convenía. En este campo de juego no hay otra salida. Se buscan “traidores” capaces de firmar un pacto de rendición. La buena gente que estima el orden venga de donde venga, esta mayoría silenciosa tan apreciada por el poder, los considerará “unos valientes” y los dirá “hombres de Estado”.

La independencia no va (solo) de independencia

Desde una lógica de Estado (y de deseo de Estado) no se puede esperar ninguna otra salida. El nacionalismo hegemónico —empezando por el actual presidente de la Generalitat— ha querido siempre cerrar el movimiento independentista en el interior de una reivindicación identitaria. Sin obviar, está claro, la cuestión de Cataluña y todo lo que su historia comporta, esta estrategia interesada ha provocado silencio e incomprensión en España. Sin embargo, las manifestaciones de estos días han resignificado completamente la palabra “independencia”. El grito de independencia, cada vez más, es escuchado aquí, pero también a Madrid, Granada… como un grito de rabia colectiva. ¿Quién nos impide entonces pensar y defender una salida distinta? Imaginamos que los que están hartos de mentiras y de precariedad, los que ven cada día como su vida no vale nada, deciden ocupar el Parlamento y declarar una República de repúblicas. Imaginamos que la fuerza de dolor se organiza estratégicamente para gritar “Que se vayan todos” y continúa el “procés», aunque ahora como un proceso destituyente. La lucha de clases posada de nuevo en un primero plano y quien quiera seguir ondeando la bandera estelada, que lo haga pero sin engañarse. Una bandera no es más que una bandera, y el odio contra esta sociedad injusta y miserable no necesita ninguno para expresarse. Pero hay que ir hasta el final.

Fuente: Crític

Acerca de los últimos acontecimientos en Chile

por Nicolás Slachevsky Aguilera

El jueves 17 de octubre, entrevistado por el Financial Times, Sebastián Piñera declaraba con arrogancia que, ante una América Latina convulsa y económicamente rezagada, Chile podía ser considerado un verdadero “oasis”. El domingo 20, rodeado de militares, sus palabras en la prensa han sido que el país se encuentra sumido en una guerra. En los últimos tres días, en efecto, el horizonte de sentido en Chile se ha desplazado radicalmente. Si hasta el viernes Piñera aún podía jactarse de la eficacia de la gobernabilidad neoliberal, impuesta a fuego y sangre por la dictadura cívico-militar y dogmáticamente administrada desde el regreso a la democracia, hoy parece evidente que algo en Chile ha llegado a su fin. La contestación masiva y el clima insurreccional que iniciándose en Santiago se ha extendido ya por todo el país parecen signar un punto de no retorno para el modelo económico y político en Chile.

Los hechos se precipitaron y no han dejado de escalar desde el inicio de la semana del 14 de octubre, luego de que el gobierno decretara un alza del precio del transporte público en la capital. El valor alcanzaba así el de los sistemas de transporte europeos (1,1 €), pero en un país donde casi tres tercios de la población recibe un salario inferior a los 500 €. Según estudios de la Fundación Sol, el transporte representa en efecto el segundo gasto más significativo de los hogares chilenos, alcanzando en promedio los 200 € por hogar. Esta medida, destinada a mantener las enormes tazas de ganancias de las empresas privadas que tienen concesionado el transporte público, venía así a sumarse a las políticas de gobernanza neoliberal que tienen a la población precarizada y endeudada para acceder a servicios tan básicos como la educación, la salud y la vivienda.

La respuesta comenzó a articularse desde los estudiantes secundarios, uno de los sectores más combativos del movimiento estudiantil chileno, quienes desde principio de año se han visto en un agudo conflicto con el gobierno. Ante los llamados a evadir masivamente el pago del metro a la entrada de las estaciones, el gobierno respondió acudiendo a las fuerzas represivas y, en un segundo momento, cerrando algunas de las principales estaciones de metro. Para el día viernes, a los estudiantes se sumaban trabajadores y amplios sectores de la población civil que se veían impedidos de regresar a sus hogares. Así, al anochecer, ante la masividad de las protestas y los disturbios que ya empezaban a propagarse, el gobierno decretaba el Estado de Emergencia. Pero la desobediencia civil que había comenzado a fraguarse en los subterráneos del metro ya había salido entonces a la calle convertida en rebelión popular, y se expandía como tal por todo el resto del país.

Este último fin de semana se han visto en Chile escenas que no se veían desde la dictadura militar. Toque de queda, militares en las calles, disparos a mansalva contra la población civil. Si bien el sábado, junto a un paquete de medidas represivas destinadas a restablecer el orden, el gobierno decidió anular el alza del precio del pasaje, el horizonte de posibilidades que se había abierto en el seno de la revuelta popular ya había superado toda pertinencia de una solución restringida. A nadie le cabe duda de que aquello que hoy está en disputa es las calles es la estructura completa del sistema neoliberal chileno.

La velocidad con la que han evolucionado los hechos, la violencia extrema que se vive en las calles y el bloqueo informativo que la prensa ha tratado de imponer en complicidad con el Estado hacen difícil al día de hoy llevar a cabo un análisis exhaustivo de los últimos acontecimientos. No cabe duda de que la situación es compleja. Los militares en la calle no son solo un símbolo, un doloroso recuerdo de los horrores de la dictadura; son la evidencia misma de la violencia con la que la clase capitalista chilena está dispuesta a defender sus enormes privilegios. Sin informaciones oficiales precisas sobre la cantidad de muertos y lesionados durante las últimas jornadas de protestas, son varios los videos que circulan en redes sociales donde se puede ver cómo policías y militares asesinan civiles a sangre fría. Aquello que a primera vista puede aparecer como ineptitud política del gobierno actual, la rapidez con la que la revuelta social ha superado su capacidad de dar una respuesta política, podría ser sin embargo el efecto de una calculada estrategia de Shock. La magnitud de los saqueos en los barrios populares frente a los cuales la policía ha dejado actuar (si es que no los ha provocado ella misma), los montajes mediáticos y el terrorismo informativo de los medios de comunicación que no se han referido a la revuelta más que como el producto de hordas vandálicas, podría ser un intento por disponer a una parte de la población en contra del movimiento social, justificando así el uso de una represión más generalizada y despiadada. El mismo presidente ha hablado ante los medios de comunicación diciendo que el país se encuentra sumido en “una guerra contra un enemigo poderoso, implacable”, atribuyendo el movimiento social a una “escalada que sin duda es organizada”.

La revuelta sin embargo no se ha detenido ante la represión, manifestándose en cada uno de los territorios contra las fuerzas del orden y los símbolos de la violencia estructural del modelo chileno. El toque de queda no está siendo acatado por la población que con valentía y rebeldía ha salido a la calle a manifestarse sin retroceder ante policías y militares.

Decíamos más arriba que los acontecimientos de los últimos días han desplazado el horizonte de sentido así como la relación de fuerzas de la lucha de clases en Chile. La rebelión que ha estallado espontáneamente, sin la conducción de ningún líder ni partido, ha venido a poner de manifiesto los efectos de la acumulación de agravios en la población chilena, uno de los países más desiguales del mundo, donde un 1% de la población concentra más del 25% de las riquezas y donde casi la totalidad de los derechos sociales han sido secuestrados por el capital privado. Esta revuelta ha permitido también visibilizar el trabajo político de organizaciones sociales y ciudadanas que, sin tranzar con el establishment neoliberal, ha venido trabajando desde el regreso a la democracia por la reconquista de los derechos sociales básicos: movimientos antiextractivistas, movimientos por la defensa de las aguas, movimiento contra el sistema privado de pensiones, movimiento por la educación, etc…

El año 2011, luego del enorme movimiento social por la educación pública, se vio resplandecer la semilla de la rebelión popular en intensas jornadas de protestas que terminaron sin embargo siendo restringidas al sector estudiantil y finalmente ahogadas por el gobierno. La magnitud de las movilizaciones de hoy, su transversalidad y su violencia aparecen en este minuto como algo inédito, sólo comparable en el país a la “batalla de Santiago”: un movimiento popular espontáneo producido también por un alza en el precio del transporte que, el año 1957, abrió duraderamente el horizonte político de la izquierda revolucionaria en Chile. El eco de las rebeliones en Ecuador el mes pasado ha sido también decisivo e inspirador.

Para hoy, lunes 21 de octubre, luego de una segunda noche con toque de queda en las principales ciudades del país, las organizaciones sociales, territoriales y sindicales más importantes del país han llamado a una huelga general en todo Chile. Mientras el estado y las clases gobernantes han vuelto a mostrar su cara más oscura y represiva, el pueblo chileno vuelve a salir a la calle decidido a escrutar el nuevo horizonte que se ha abierto ante sus ojos. El llamado es a cuidarse y a seguir luchando.

Hay que estar sumamente atento a lo que pueda suceder en las próximas horas y días en Chile.

 

21-10-2019
Nicolás Slachevsky Aguilera

¡Todos somos Carola! Está bien, pero después de eso ¿qué hacemos?

por Giovanni Iozzoli

El Zelig de lo que queda de la izquierda, en ocasiones asume identidades ficticias, la mayoría de las veces la de un personaje de los medios o global, y trata de aferrarse desesperadamente a la personalidad o al evento, buscando algún contenido, un valor, una orientación. Todos somos Assange, todos somos Me too o también, todos somos Greta: hemos desechado la historia revolucionaria del siglo XX, la ausencia de la memoria teorizada como valor, la intromisión acrítica de la agenda liberal confundida con la modernidad y los derechos civiles, todo esto ha hecho que el ectoplasma de la izquierda tenga la necesidad de unirse a «algo más», generalmente algo evanescente y muy temporal, para poder dar una definición efímera de sí misma.

A mí el asunto de Carola no me entusiasma. Aparte de la solidaridad humana por una chica valiente (objetivamente simpática, también debido al crimen hiperbólico de la que se la acusa: «resistencia a los buques de guerra», un caso criminal más apropiado para Godzilla), esta pseudo-competencia entre Capitana y Capitano me parece que trae agua sólo al molino de Salvini. Simplemente no puedo adherirme a la cultura «me gusta» que prevalece: me gusta o no me gusta, esta historia en la que siempre somos el público de un espectáculo en el que, a lo sumo, podemos posicionarnos a favor o en contra de algo.

Más allá del hecho de que las ONG me causan una desconfianza instintiva porque han sido una herramienta gubernamental de guerra y golpe de estado en el mundo[1], ¿podemos seguir adelante apegándonos a este o ese pequeño bote y esperando que estas representaciones de los medios indignen y despierten alguna «opinión pública democrática»? ¿El hecho de que «Yo estoy con Carola» mientras que la gran mayoría de los italianos se quedan con Salvini no debería preocuparnos un poco? Es cierto que en ciertas batallas ideales, en ciertas fases históricas, la minoría es una condición inevitable: pero ni siquiera nos preguntamos el problema de cómo salir de ella, de cómo reconectarnos con las opiniones públicas con un posicionamiento fuerte y alternativo, que se opone a Salvini pero no ¿Nos confunde con Boldrini o la Open Society?

¿Qué pasó en estos años? Que la derecha ha estado muy determinada en la construcción de su propia narrativa de inmigración, con variaciones que van desde la «sustitución étnica» (la versión hard-demenzial) a la «inmigración favorecida por la izquierda de las cooperativas para especular». Nada trascendental, como nivel de debate: después de todo, Bannon no es Evola, y si ese es su gurú, en el mejor de los casos pueden chapotear en esas aguas bajas y fangosas. Sin embargo, gracias a estas elaboraciones repetidas y consolidadas en el tiempo, cualquier persona promedio informada de derechas, incluso el charcutero local, puede articular su discurso sobre la inmigración y la economía mundial.

A la izquierda, en cambio, en el campo de los movimientos, de la resistencia de clase, ¿cuál es la lectura de los procesos migratorios? Si falta, tenemos algunos problemas: si es cierto que dentro de tres décadas en África habrá mil millones de personas más, ¿podemos salir adelante con el apoyar a Carola?

¿Cuáles son las palabras claves con las que enfrentamos esta histórica fase crucial, en los barrios, en la fábrica, en los lugares de trabajo? ¿Tenemos que decir, cuando hablamos de dinámica de migración, que «estoy con la Sea Watch“? Pero disculpen ¿qué argumento político es este? A lo sumo es un posicionamiento individual, incluso éticamente noble. Pero no constituye un posicionamiento estratégico, ni ayuda a construir una teoría sobre la migración. Y, sobre todo, no agrega ni quita valor a una narrativa de derechas que se vuelve más tetragonal y efectiva cada día.
¿Son las ONG nuestra contribución al debate? Carola, Casarini, Open Arms o Soros, ¿quién nos dará la línea política sobre el tema? Aquí está la maldita subcultura del “me gusta” (o estoy con esto o con aquello) que quita el esfuerzo de pensar, leer y anticipar la complejidad de los fenómenos, la planificación, las palabras clave, las alianzas en la sociedad, que no siempre son de «solidaridad» (una palabra que en política tal vez sea mejor comenzar a desconfiar, porque no hay que confiar en el buen corazón), sino una nueva lucha social. Lo que en los próximos meses y años significarán esencialmente: cómo evitar que los sectores del proletariado diferenciadas en función de la etnicidad y la jerarquía social, se maten entre sí para desgarrar los residuos del estado del bienestar, peleandose por los espacios urbanos en abandono y finalmente venderse a bajo coste en el mercado laboral al peor postor. Carola y las ONGs no pueden decirnos nada al respecto.

Necesitamos hablar nuevamente sobre estos temas, sin demasiadas inhibiciones políticamente correctas por parte de los científicos sociales, para aquellos que tienen el deseo y las habilidades: un hermoso análisis materialista sobre el imperialismo, la demografía, las contradicciones entre clases (y dentro de la clase), los problemas del continente africano (que siempre identificamos con el África subsahariana y su extrema fragilidad, sin pensar en las metrópolis de Egipto o Nigeria, como si hubiéramos eliminado incluso la posibilidad de la lucha socialista y la revolución panafricana y nuestra contribución se limitara a cómo aterrizar botes en Lampedusa). En resumen, encontrar la forma en que las vanguardias (o las autodenominadas tales) puedan relacionarse con este tema fundamental, de una manera que no siempre sea «a posteriori», en busca de este o aquel desgarro inducido por la derecha o la dureza objetiva de estos tiempos.

Muchos hacen estas cosas, por amor de Dios; pero en algún lugar será necesario encontrar la inteligencia (colectiva) para resumir y consolidar los umbrales de discusión adquiridos, que se convertirán en patrimonio común e instrumento político de intervención para las nuevas generaciones que elijan el compromiso anticapitalista: no permitamos que busquen a tientas en la improvisación, en la solidaridad humanitaria, en vagas expectativas milenarias de una «humanidad futura» que se producirá por sí misma, cuando la bondad triunfe sobre el egoísmo. Si no tenemos las armas de la crítica, será fácil para Salvini y sus matones volcarnos la frustración masiva de los italianos sobre nosotros y los extranjeros.

Fuente: NapoliMONITOR

 

[1] Las ONG son una fuerza multiplicadora para nosotros, una parte muy importante de nuestro equipo de combate»: el discurso de Colin Powell a las ONG en la víspera de la campaña Libertad Duradera, citado en un informe por Maria Grazia Bruzzone La Stampa el 07/05 /2017.

Buscaba un mar en calma pero te encontré

Anticipamos un extracto de las «Nueve buenas razones para empezar de cero» publicadas en Kritik. Manual de supervivencia a la agonía del capital (DeriveApprodi 2019)

1. El Movimiento ya no existe. Tranquilos, no se preocupen: no nos referimos a movimientos sociales, que incluso en los últimos años han surgido a veces de manera fragmentaria y esporádica, sin constituir un ciclo, con lenguajes, prácticas y afirmaciones ambiguas y contradictorias. Pero es así y tal vez lo continúe siendo cada vez más, los movimientos dentro de la crisis permanente son criaturas monstruosas y bastardas. Nosotros, si este pronombre aún tiene sentido, donde el Movimiento ya no existe, entendemos muy poco a estas criaturas, porque no responden a nuestros deseos, nuestros códigos, nuestra retórica. De hecho, a menudo los rechazamos, los calificamos de reaccionarios, felicitándonos cuando la profecía se cumple. Raras veces, en cambio, tratamos de hacernos sorprender productivamente: sin duda es más fácil denunciar la fealdad del monstruo para absolvernos de nuestra insuficiencia, en lugar de preguntarnos concretamente sobre nuestras insuficiencias para ubicarnos proyectualmente en las entrañas de la criatura inquietante.

Entonces, el Movimiento del que hablamos y que ya no existe es el de la anomalía italiana de los años ‘60 y ‘70, del entrelazamiento de la organización autónoma y la autonomía de clase, entre proyecto y lucha, entre grupos y procesos de conflicto. Era realmente, en esa coyuntura específica, el movimiento que suprime el estado actual de las cosas. Es esa anomalía, en un sentido fuerte, lo que nos permitió llamarnos «militantes del movimiento» en los años ‘80 y ‘90 sin tener que dar más explicaciones. Esto no sucedió en otras partes del mundo, donde el movimiento es simplemente una movilización que comienza y termina, alrededor de un reclamo limitado, y donde el término militante duro es reemplazado por la figura líquida del activista. Ahora, y no solo a partir de hoy, está claro para todos que esta anomalía sobrevive solo como una identidad ideológica, o si queremos como una genealogía gloriosa. Sin embargo, dado que las revoluciones no se hacen con identidad, ideología o mera genealogía, es necesario avanzar. No por el bien de lo nuevo, una palabra en sí misma vacía y sin sentido; pero por la inutilidad de la nostalgia, es decir, llevar la ropa de los muertos para evitar el luto.

Después del final del Movimiento, ¿solo hay diluvio, soledad y desesperación? No, en absoluto. Hay una necesidad de empezar de nuevo. Porque básicamente los militantes revolucionarios siempre comienzan de nuevo. Y cuando dejan de empezar de nuevo, dejan de ser militantes revolucionarios.

[…]

4. El futuro está muerto. Ya escuchamos el zumbido del ruido de fondo: aquí están, los que halagan el extremismo nihilista. Relajaos y trated de razonar, si sois capaces. El nihilismo, especialmente en la composición juvenil, es un hecho. ¿Es un problema? Por supuesto, es un problema. Pero este problema está en las cosas, no en las palabras que describen las cosas. Es el nihilismo producido por el capital y la crisis. Es el nihilismo de las finanzas de Wall Street y sus lobos como modelo de vida. Es el nihilismo de expectativas que ya no están disminuyendo sino que ahora han disminuido. Compañeras y compañeros, si realmente os cuesta mucho hacer una investigación y no una ideología, al menos mientras vais hacia al centro social o la universidad, sintonizad la radio del coche para los éxitos de verano. «Solo por esta noche, amor y capoeira», «mañana no habrá, un poco como las historias en instagram», «esta noche no te diré que no», y así sucesivamente. Atención, no es la alegre conquista del presente del joven proletariado, detrás de la cual se estableció la ética sacrificial del partido comunista. Y ni siquiera es el no futuro de los punks, en una mezcla de ira y rechazo, de desesperación y autoexclusión de una sociedad que fue en la dirección opuesta. Este presentismo es totalmente interno de la crisis permanente y de la asimetría radical de sus relaciones de poder, es la conciencia resignada de que no hay expectativas y es simplemente una cuestión de disfrutar de lo pequeño que uno tiene. Es un nihilismo pasivo, no activo.

El problema no es condenar a quienes queman todo. La izquierda hace esto, porque temen que tarde o temprano alguien también les prenda fuego. El problema es cómo organizamos la perspectiva desde las cenizas, que es completamente diferente del futuro, porque tiene sus raíces en la materialidad del presente, de lo que somos y en contra lo que intentamos ser. Cómo asumimos el fracaso de las perspectivas ofrecidas por el capital de manera activa y no pasiva, es una oportunidad para construir expectativas totalmente autónomas. Cómo asumimos que la ruptura es un proceso y no un evento, un deseo de todo y no estar satisfechos con los márgenes, la autonomía colectiva y no las comunidades intersticiales.

[…]

6. No somos extremistas, es la realidad la que es extrema. La idea típicamente democrática e izquierdista de que la moderación del tono corresponde a una ampliación del consenso siempre ha sido políticamente perjudicial. De hecho, se basa en una concepción cuantitativa de la política, por lo que uno mira los números y no el potencial subjetivo. Esta concepción puede ser útil para aquellos que deben tomar votos, es catastrófica para aquellas que las quieren destruir instituciones representativas. O es útil para aquellos que quieren reproducir su propia institución, por desafortunada y marginal que sea, y volvemos a la satisfacción de los dos compañeros agregados. Conflicto y consenso, dijeron hace veinte años a aquellos que estaban cortejando a la sociedad civil (¡brrrr!), lo que significaba: simular de hacer el conflicto para obtener el consenso por ellos mismos.

Sin embargo, hoy esa idea también es falsa, porque la crisis produce una polarización social a la que corresponde una polarización de comportamientos, pasiones, posibilidades. Siempre ha sucedido de esta manera, hay fases en las que el espacio de contención entre la revolución y la reacción se agota; y entre las posibilidades de movilización en un sentido o en el sentido opuesto, el límite es débil y reversible. Esta reversibilidad no dura para siempre: cuando se estabiliza, el borde deja de ser lábil. Hasta entonces, lo que dice el poeta es válido: donde el peligro es máximo, también crece lo que salva. Hoy es el conflicto que contiene el consenso en sí mismo. Los reaccionarios han entendido esto, «nosotros» no.

Cuando escucheis a alguien invocar el frentismo democrático hoy, sabed que él es un enemigo. Porque el frentismo es nuestro enemigo, lo que significa traer agua al molino de aquellos que quieren preservar el status quo. Y, sobre todo, la democracia es el enemigo, un dispositivo extraordinario para la despolitización y el agotamiento de la subjetividad. La democracia no niega la posibilidad de conflicto, sino que la anestesia y resuelve dentro de los límites del consenso, es decir, de las propias formas de autorreproducción. El poeta de hoy diría: donde se cuestiona la democracia, también crece lo que salva. Añadimos: donde hay izquierda y democracia, disparamos sin piedad. Sin lágrimas por las rosas.

[…]

8. Entonces, queridos y queridas camaradas, aferrados a las grotescas certezas de vuestra identidad vacía, nuestros caminos están inexorablemente separados. Sin polémica, sin odio, sin resentimiento. Ustedes no son nuestros enemigos o nuestros adversarios. Simplemente, sois inútiles. No sentimos enojo hacia vosotros. Probemos algo que quizás sea mucho peor: tristeza y dolor. Si tenemos tiempo nos despediremos rápidamente. Si decidís sobrevivir, reproduciendo lo que sois, nunca nos volveremos a encontrar. Si decidís morir para renacer, sabéis dónde encontrarnos: dentro y en contra de una realidad que solo necesitáis mirarla para sentir odio y querer destruirla.

9. No somos eternos: debemos morir para alcanzar la inmortalidad. Debemos ponernos continuamente en crisis para convertirnos en lo que siempre hemos sido. Se sabe que una de las definiciones más hermosas, aunque desconocidas, del militante revolucionario la dio San Pablo: somos hombres y mujeres en este mundo, no de este mundo. Hoy, muchos de los que nos rodean y a quienes hemos dicho adiós han optado por ser lo opuesto: hombres y mujeres de este mundo, no en este mundo, y por lo tanto en contra. El individuo está solo, decíamos; y añadimos que sola está también la organización entregada a la administración de lo existente. La conciencia de nuestras derrotas es lo que nos permite dar, de nuevo y siempre, el asalto al cielo. Detrás de su retórica triunfalista y satisfecha, vemos la aceptación de la peor derrota: la soledad de quienes finalmente han renunciado a ese asalto. Lo ponéis en vuestras páginas web y imprimís en vuestras sudaderas porque ya no está en vuestra cabeza ni en vuestras acciones.

Entonces, la soledad puede ser derrotada solo en la investigación militante dentro de la composición de clase, es decir, dentro del caos, las contradicciones y las ambigüedades que la animan y fragmentan. Dentro y en contra. Alimentar a la organización de forma espontánea y llevar a la organización a la espontaneidad. La autonomía siempre ha sido esto: es la organización que refleja la espontaneidad de uno, es la espontaneidad que refleja la propia organización. Es una apuesta que va a la raíz, poniendo en juego lo (pequeño) que tenemos, para poder conquistar (mucho) lo que deseamos.

Si estáis buscando un mar en calma para disfrutar de una identidad ideológica, manteneos alejados de estas olas. Estamos buscando la tormenta. Es inútil descargar nuestras insuficiencias hacia la subjetividad existente. Vosotros que veis la oscuridad en todas partes, preguntaros si sus lentes están oscurecidas o si miran en la dirección equivocada. Entonces, ¿no lo habéis descubierto todavía? Nadie duerme, hay sol incluso por la noche, lo he dicho mil veces, para que cualquier cosa pueda pasar. ¿Estamos listos para algo más que una noche especial?

Fuente: Commonware

El Enigma del Disforme – extracto del capitulo I

por Giuseppe Cocco y Bruno Cava Rodrigues

CAPÍTULO I
FOUCAULT Y EL NEOLIBERALISMO

1.1. La más provocativa lección

Nacimiento de la biopolítica fue uno de los cursos más discutidos, y que suscito más controversia, de los que Michel Foucault presento en el College de France. Aunque las lecciones habían sido dictadas entre finales de 1978 e inicios de 1979, el curso vendría a ser publicado recién el 2004, juntamente con el precedente (Seguridad, Territorio, Población de 1977-1978) . Estos dos cursos participan del mismo movimiento de inflexión del programa de investigación foucaultiano, que va de la concentración de la analítica del poder de las sociedades disciplinares hacia las sociedades de seguranza, algo bien próximo a lo que Gilles Deleuze denominara, aunque más tarde, en 1990, como “sociedades de control” . El sentido de oportunidad de las clases originales sobre el neoliberalismo no podría ser más precisas. El inicio del curso antecede en algunos meses la asunción de Margaret Thatcher como primera ministro del Reino Unido, en mayo de 1979, y, a casi un año de la elección de Ronald Reagan en la presidencia de los EUA, al año siguiente, 1980. Por otra parte, las lecciones de Foucault en Paris son contemporáneas a las prisiones de abril de 1979 en Italia, que pusieron un punto final a la década mirabile de los movimientos autonomistas en aquel país . Vale recordar que Italia fue el país donde Mayo del 1968 –epónimo no solo para una nueva era de revoluciones, sino que para un nuevo concepto de revolución –duro diez años, del Otoño Caliente de 1969 hasta el más alto grado de organización de las luchas sesentayochistas en el Movimento del ’77. Las lecciones de Foucault también fueron contemporáneas a la Revolución Iraní de 1979 –acontecimiento que el filósofo abordo en paralelo, en la columnas publicadas en el periódico italiano Corriere dela Sera .
Cuando la investigación sobre el neoliberalismo fue presentada al final de los años 1970, el tema aun gozaba de aires de novedad. “Neoliberalismo” podría ser entendido, entonces, como apenas una tentativa de denominar la gran transformación de aquella década, un conjunto de procesos de desplazamiento de la formación capitalista cuya aprehensión variaba en función del recorte adoptado por los autores para identificar el Zeitgeist: ingreso en la postmodernidad , viraje al modo de regulación del postfordismo, incluso la génesis sociocultural, con aires weberianos, de lo que más tarde sería presentado como un “nuevo espíritu del capitalismo” , la resultante de la larga marcha de recuperación que el capital hizo del asombroso espectro de 1968. Entonces, cuando la publicación del curso de Foucault 25 años después, la atmosfera dominante en los medios intelectuales habia cambiado radicalmente. La crítica al neoliberalismo constituía una mirada fundamental de la arena publica de debates, un tema teorico enervado en las disputas políticas y activistas, contando ya con una vasta literatura desarrollada alrededor de él. A esa altura, denunciar el pensamiento único –esto es, aquel que partiría de la premisa de que no existe alternative a la situación neoliberal, sobretodo una que no recaía en las pesadillas totalitarias del siglo XX- ya se habia consolidado como marca de agua para una panoplia de alternativas y síntesis teóricas del campo del progresismo y de la izquierda mundial. Entablar la batalla contra los representantes del pensamiento y de la formulación de las políticas neoliberales, en cuanto enemigos estratégicos y de larga duración de los programas emancipatórios, se habia sedimentado a lo largo de los años 1990 como un signo de pertenencia, un sello de participación en la comunidad anticapitalista y una señal para el posicionamiento del autor .
En 2004, cuando la publicación del Nacimiento de la biopolítica, la organización de los Foros Sociales Mundiales (FSM) –evento anual iniciado en una Porto Alegre petista después del auge del ciclo de luchas alter globalización y neozapatista –se contraponía ostensiblemente al Foro Económico Mundial de Davos, la reunión de la cúpula de las principales fuerzas del capitalismo globalizado y financiarizado en el siglo XXI. Lo que Félix Guattari llamaba Capitalismo Mundial Integrado (CMI) y Toni Negri, más provocativamente, como “comunismo del capital”. En las críticas que les eran dirigidas en tono de denuncia, los neoliberales fueron encasillados en una etiqueta en la que terminaran siendo arrojados todos aquellos que, de alguna manera, se proponían pensar la lógica económica más allá del marco jurídico de regulación de los estados nacionales, del marco de la soberanía para determinar las políticas monetarias y económicas. Es como si “neoliberal” se hubiese tornado un saco de gatos ideológicos, cuyas diferencias internas en la economia general de los discursos importasen poco ante el mismo sentido general del proyecto político del cual tales análisis eran cómplices o participes. Esto es, el proyecto neoliberal de desmantelamiento final del armazón del welfare state, el conjunto de instituciones de seguridad social, cuyo paradigma se erigió en el hemisferio norte en el auge del periodo del –fordismo-keynesianismo (durante los Treinta Gloriosos, 1945-75). En el lado Sur del mundo, además de aliados naturales de los gobiernos comprometidos con el imperialismo yankee, afiliados al consenso de Washington con sus recetas de políticas antisociales, los neoliberales se dedicaran a aliarse a fuerzas conservadoras internas para impedir la efectivación de un régimen de industrialización real. Principalmente una fuerza que fue capaz de modernizar la economia al mismo paso que construía una clase media proletarizada, de la cual, finalmente, debería brotar, el welfare state tan esperado, soñado por las literaturas de formacion nacional.
Los neoliberales caseros sabotearan sistemáticamente el desarrollo de la patria en favor del capital improductivo de las finanzas, de la extracción de plusvalía sin contraparte de produccion real, o sea, por el directo parasitismo. La posición anti neoliberal, en regla, atribuyo las finanzas a la esencia de un capital ficticio que tornaría los mercados financieros verdaderas sanguijuelas usureras de la economia real, la de la clase trabajadora y de los buenos patrones que, juntos, contribuyen al progreso de la nación. Concluido el experimento de toma del poder del socialismo real –y cerrado muy mal, con muchas cuentas a rendir- la cartilla de la lucha internacional por el socialismo que antes congregaba a las izquierdas nacionales en una unidad imaginaria fue, a lo largo de la década de 1990, substituida por la del anti neoliberalismo. Organizarse contra las ofensivas neoliberales se convirtió, entonces, en la plataforma de la formacion obligatoria para los nuevos críticos y militantes que pretendiesen matricularse en la Universidad de las luchas. El diagnostico general consistía en igualar la derrota del socialismo con base en Moscú, en 1991, a la victoria del capitalismo occidental con sede en Washington. Dos caras de la misma moneda. Como si las luchas contra las dictaduras rojas y la disfunción productiva de lo que prometía generar la sociedad de la super abundancia tuviese poco que ver con la debacle de aquel capitalism de estado soviético. La nueva trinchera anti neoliberal, por lo tanto, surgía como la reapertura, en condiciones reconocidamente peores, de frente amplio contra el capitalism globalizado. Su gesto inaugural fue, justamente, negar que la lucha de clases hubiese terminado en 1991, y el que el “fin de la historia” fukuyámica no era nada más que el grito de triunfo de los vencedores de la gran batalla del siglo XX. Pero la guerra aún no estaba perdida: debería proseguir por trincheras, barricadas, acciones tácticas.
Desde el principio, en verdad, la épica lucha anti neoliberal se colocó, por un lado, en una lectura particular del fin del bloque socialista (la derrota en la Guerra Fría) y, por otro, de una tentativa de rescatar el sentido geopolítico y macroeconómico de la lucha de clases, colocando en lugar de la Guerra Fría una nueva disputa entre capitalismo neoliberal y el que sería su mitigación por las luchas, un capitalismo progresista o social.
En ese escenario en que el neoliberalismo es erigido como el principal enemigo de la lucha a la izquierda, su archí rival, hay que citar: la nulidad de la biopolítica de teóricos «malditos», como Von Hayek, Milton Friedman o Gary Becker, como las distinciones precisas que el filósofo francés teje entre liberales clásicos, británicos y franceses, o entre ordo neoliberales alemanes y anarco liberales austro-americanos, sin hablar en algunos puntos específicos de resonancia entre las críticas de los propios neoliberales al intervencionismo estatal y a la socialización del Estado a través de las tecnologías del welfare, y la analítica del poder tan marcado a lo largo de la trayectoria del propio Foucault en los años 1970. Todo eso no podría dejar de causar incomodidad, rechazo y hasta repudio por parte de varios lectores que concurrían a los cursos del College con la esperanza de encontrar aún más contenidos admonitorios, tal vez más sofisticados, para la misma tónica general de denuncia del neoliberalismo. Encontraban en el libro algo que los teóricos en la izquierda, en regla, estaban haciendo: análisis material. Foucault tomaba en serio cuánto de pensamiento existía implicado en el neoliberalismo, caracterizado no como una ideología para enmascarar las operaciones reales del poder en el modo capitalista de la época, sino como una gubernamentalidad . Y el filósofo todavía enmendaba que los neoliberales, con todos sus déficits epistémicos, fueron capaces de incorporar al menos parte de su pensamiento en una matriz de gubernamentalidad que, efectivamente, fue puesta en funcionamiento. Lo que no habia sucedido con el socialismo real en el Oriente, estéril en el plano de la subjetividad, de manera que la Unión Soviética, por ejemplo, tuvo que organizarse en medio de la subjetividad por veces más arcaicas. Tal cuidado con la arqueología de los saberes, tan característica señal en la obra de Foucault, tratándose de los aportes teóricos del neoliberalismo, seria inadmisible para aquellos más interesados en rechazar un pensamiento que en comprenderlo y matizarlo. Delenda est neoliberalism era el tono general de las teorías críticas: el ordo liberal alemán o los anarcos liberales de la Escuela de Chicago no deberían recibir ninguna “relativización” del carácter meramente ideológico o alusivamente deshonesto de sus investigaciones. El resto sería ser cómplice sutilmente con el enemigo, al conferirle un estatuto científico que no podía poseer, pues no pasaba de títere mal disfrazado del gran capital especulador o, en el mejor de los casos, emanación conformista de un funcionamiento espectacular y fetichista del casino financiero implicado en el modo capitalista tardío, de lo que el teórico no podía escapar por pura miopía.
Hasta hoy, 13 años después de la publicación del curso de 1978-79, colecciones de artículos son publicados alrededor del Nacimiento de la biopolítica, que, sin duda, es el más comentado de los cursos libres de Foucault, gracias a las polémicas que regularmente suscita. Las evaluaciones contemporáneas oscilan entre dos polos. De un lado, haciendo eco de la vieja tipología stalinista del intelectual que se desvía de la línea recta, la acusación de que el propio Foucault habia capitulado a la ideología liberal, momento de inflexión a partir del cual toda su obra habría derivado hacia tópicos peyorativamente llamados postmodernos, tales como las exigencias por auto creación individual, autenticidad y cuidado de si, reduciéndose a una aburguesada “estética de la existencia” . Del otro lado, evaluaciones que van a encontrar en el referido curso una piedra angular para un programa ineludible de renovación y reanudación de la crítica de la economía…

Traducción, Santiago de Arcos-Halyburton